miércoles, 22 de mayo de 2013

Jamás sucedió

ACTO ÚNICO
Dos mujeres en una cafetería esperan con impaciencia, ambas están sentadas con las piernas cruzadas tomando café. Ana tiene un periódico abierto en la parte social que relee diciendo los nombres de los fotografiados con voz fuerte y clara.
Ana.-  Lorenzo… Carlos… Chucha Villareal… Adolfo…
Mira con detenimiento las fotografías. Acerca su rostro al papel. Bebe un sorbo de la taza. Sigue diciendo los mismos nombres.
Ana.-  Lorenzo… Carlos… Chucha Villareal… Adolfo…
En  frente tiene a Laura sentada junto a la ventana, tamborilea los dedos sobre la carta, la cual levanta como pensando ordenar algo más. A cada rato sacude la mano para posicionar el reloj y ver la hora.
Son las únicas clientas. La cafetería es pequeña y acogedora, tiene unas cuantas mesas para dos personas. La ambientación es bohemia. En el fondo hay un cartel invitando a un concurso de poesía en atril. Del otro lado de la cafetería se ven pósters de jazzistas reconocidos. Sin embargo, la música de fondo es instrumental contemporánea, suave y ligera, parece soundtrack de una película hollywoodense. Eso no impide que se oigan los ruidos de la calle. 
Ana y Laura entrecruzan las  miradas. Sonríen. Ana regresa a su labor de lectura de los nombres de la página de Sociales.
Ana.- Lorenzo… Carlos… acá está Adolfo.
Se concentra en el nombre. Observa a Laura que está a unas cuantas mesas de distancia, pero ella no presta atención a lo que la otra hace, se limita a revisar los datos de su celular. Lo guarda, lo vuelve a sacar de su bolso desparramado sobre una de las sillas, teclea algo, ve el reloj de mano con impaciencia.
Ana se aclara la voz con sonoros carraspeos mientras Laura que está arañando el teclado del celular. Se anima un poco exhalando una bocanada de aire puro.
Ana.- ¿Mucho calor, eh?
Laura.- Así parece. Nadie sale sin una botella de agua (con el rostro ladeado hace muestra a los transeúntes).
A través de la ventana se ven sombras de personas que están caminando. Se oyen los bocinazos de carros alternándose con los ladridos de los perros. Un gato maúlla. Laura ve todo. Ana contempla por un rato a Laura que se distrae con el exterior.
Al enmudecer el escándalo, probable hora pico, Ana sonríe cortésmente a Laura, que aleja la vista de la ventana y voltea hacia Ana. Devuelve el gesto. Se nota que no está interesada en platicar. Baja la mirada y teclea números en el celular. Los sonidos del aparato son los únicos de la cafetería. Laura no logra la comunicación. Se oye el tono de llamada cortada.  Guarda el celular. Ana sólo la observa. Enrolla un poco el periódico casi maquinalmente. Bajito dice Adolfo.
Ana.- Adolfo… Adolfo…
Laura parece no oírle.
Laura.- No, no, no. ¡No puede ser!
Laura asesta un golpe sobre la mesa con el puño cerrado. Se contiene. Gira la cabeza en redondo para tronar los huesos del cuello. Ana sorbe un poco de café. La sigue observando. La ve muy tensa.
Laura guarda el celular. Vuelve a ver la pantalla y exclama.
Laura.- ¡Carajo!
Ana.- ¡No se moleste!  Yo tengo un BlackBerry que a cada rato me falla… ¡y para lo que me cobran! ¿No cree? ¡No deberían fallar estas mugres! –mueve con la mano su celular.
Laura no presta mucha atención. Se limita a hacer una mueca social que  parece una sonrisa.
Laura.- Creo que no es el celular lo que está fallando...
Ana se  acomoda sobre su silla. Suspira. Laura le imita, ajusta las mangas de su blusa y acomoda el flequillo que le cae en la frente. Ana abre el diario para leer. No puede concentrarse.
 Ana.- Usted se me hace conocida (cierra intempestivamente el diario doblándolo sin mucho cuidado).
Laura.- No me parece, de ser así yo también le recordaría. Dispense, creo que me confunde.
Laura sonríe, se rasca la oreja y manipula el celular como si fuera juguete. Teclea algo con rapidez. Se oye que está mandando un mensaje porque el timbre es diferente. Sus dedos se aporrean bruscamente sobre el aparato.
Ana.- Sí. ¡Claro que le conozco! Usted estuvo el año pasado en el Hotel Mirador festejando el Año Nuevo. ¿No es así? Estaba con un señor de cabello negro, alto, de ojos miel…
Laura.- Mi “ex” marido. Desde hace tres meses nos separamos. – responde rápidamente. Ladea la cabeza hacia su interlocutora poniendo la mano sobre la barbilla. Tiene la boca semiabierta mostrando los dientes como si fuera a morder.
Ana.- ¡Qué pena! ¡No tiene idea de cuánto lamento que no haya funcionado! Me acongoja saber que muchas parejas no logren cumplir con la promesa del para siempre.
Laura.- Así sucede. Más ahora que antes, pero así es.
Ana.- Me gustaría saber si hay niños de por medio, es realmente muy lamentable que los hijos sufran. Dígame,  ¿ustedes los tienen?
Laura.- No, no tengo. De hecho nunca tuvimos.
Ana.- En ese caso no sé qué decirle. Quizá diría qué bueno que nunca los tuvo porque ahora puede reiniciar de cero su relación y tener la familia que en su matrimonio anterior no logró…
Laura.- Sí – se seca disimuladamente una lágrima a punto de caer - quizá eso es lo conveniente que no hubo niños en esta relación.
Ana.- Pero por otro lado, un niño siempre da fortaleza al matrimonio. Por los hijos las mujeres soportamos y somos capaces incluso, de sobrellevar las penas más amargas que ni siquiera en las telenovelas se han contado. Dígame,  ¿nunca quiso tener hijos?
Laura.- Pues la verdad…
El celular de Ana suena, está timbrando con una tonada estridente. Laura se limpia la nariz. Solloza un poco. Respira hondo. Cierra los ojos. Ana pregunta quién es, nadie le contesta y guarda su celular.
Ana.- Disculpe…
Laura.- No se preocupe, no tiene importancia.
Laura sonríe. Bebe café. Ana sacude la mesa con su periódico arrugado.
Laura.- ¿Y usted tiene hijos?
Ana.- ¡Claro que tengo! Al mes de casada comencé a prepararme para la concepción. Fui al ginecólogo hasta cuatro veces a la semana por los tratamientos de fertilidad. Ahora soy madre de tres hermosos pequeños. ¡Y todos vinieron en una sola cesárea!
Laura.- Me da gusto por usted. Creo que su doctor la dejó demasiado fértil.
Ana sonríe,  Laura le sigue el protocolo social. Está cansada de la conversación. Bebe un poco de café. Se rasca la cabeza. Relaja los brazos y vuelve a poner los ojos en su aparato.
Ana abre el diario y repite un solo nombre.
Ana.- Adolfo, Adolfo…  - Laura le oye. Guarda el teléfono.
Laura.- Ahora que lo menciona, me parece que usted es la hija de don Alfonso Gracián, el médico de la García Villalpando-Loeza, la que sale mucho en el diario.
Ana.- Bueno, no es mi papá –ríe un poco-. Esa es una broma que Alfonso, Poncho como le digo, y yo nos gastamos frente a los extraños. En realidad Poncho es mi marido.
 Laura.- ¿En serio? – cruza los brazos-, eso sí que no me lo esperaba.
Ana.- Sí, ya ve que somos muy diferentes, yo muy joven, él no tanto.
Ambas ríen. La publicidad local les distrae. Ana se levanta y camina hacia la mesa de Laura para ver lo que pasa afuera. En la ventana están los edecanes de la Coca Cola anunciando  la nueva bebida energética que será lanzada en el Carnaval. Las sombras desaparecen. Ana regresa a su asiento y abre el periódico. Durante todo este tiempo Laura tiene la boca abierta y una ceja levantada, de manera natural, como si no fuera su intención lucir expectante.
Laura.- ¿Sabe qué? Yo nunca pensé que el doctor Gracián estuviera casado. Es decir, pensaba que era o alguna vez lo fue, hasta que…
Ana pretende ignorarla. Sigue leyendo en voz alta los nombres.
Ana.-  Lorenzo… Carlos… Chucha Villareal… Adolfo…
Laura.- Ahora que lo menciona, yo le he visto un par de veces en Plaza La Bonita. Creo que una vez coincidimos usted y yo en la tienda de antigüedades.
Ana.- Sí –cierra el diario con fuerza-, usted compró allí un candelabro marroquí.
Laura.- ¿Cómo lo sabe?
Ana.-  Porque ahora que me lo recuerda a mí me parece que hemos coincidido varias veces.
Laura.- Ahora que me doy cuenta… Hemos estado cerca, muy cerca, tanto que ni cuenta nos damos.
Sonríen. Laura saca un cigarrillo y ofrece le ofrece uno a Ana, ella niega con la cabeza entrecerrando los ojos mientras un ademán con la mano sacude el humo de su café.
El disco termina. El mesero que está detrás de la cafetería y por eso no es visible al público, cambia la melodía. Ahora pone música clásica, igual de volumen bajo y amable para la conversación.
Ana.- Me gustó mucho (Laura aspira una bocanada viéndola).  Ejem (carraspea), esa noche usted tenía un vestido hermoso.
Laura.- ¿Disculpe? –finge que no le ha puesto interés.
Ana.- Su vestido, el que usó en la noche de Año Nuevo, me gustó mucho. Recuerdo que era dorado…
 Laura.- Negro (interrumpe).
Ana.- Sí, negro… con, con…
 Laura.- Pedrería.
Ana.- Sí con pedrería. Era muy hermoso. Mi marido me comentó que le quedaba muy bien.
 Laura.- ¿Sí? ¿Su marido le dijo eso de mí?
Ana.- Sí, él es amante de la belleza femenina. Es uno de los pocos hombres que adora la alta costura.
Laura.- Sí, recuerdo que me veía mucho. Me lo dijo Adolfo Castellanos, mi ex marido, y él también ama la alta costura. Precisamente me comentó que esa noche se fue él solo al showroom de la Chío Mendoza, la diseñadora española, esa que todos los días sale en el diario, a ella le compró mi vestido... Más bien, a ella se le compró.
Ana no presta atención en la aclaración semántica.
Ana.- ¿Ah sí? ¡Qué considerado!
Laura.- Sí… ¿A usted no le molestó el comentario de su esposo? Digo, si a mí mi marido me sale con que le gusta otra mujer, a lo mejor tendría ganas de jalarle los pelos a la infortunada.
Ana.- ¡Para nada! Es normal que a los hombres les gusten las mujeres. ¿No cree? Es la naturaleza del varón fijarse en el par de arriba, el par de adelante y… ¡Qué le puedo decir! Yo siempre estoy encantada de que a Poncho lo enloquezcan las mujeres. Siempre he adorado a los hombres viriles, machos…
Laura.- Bueno, sí… Todo eso es cierto. Muchas deseamos estar con un hombre que exude testosterona. Ya que lo menciona, mi ex esposo me dijo que conocía, más bien conoce, a su esposo.
Ana.- ¿Usted cree?
Laura.- Seguro. De hecho su marido le acompañó a elegir el vestido que yo me puse en Año Nuevo.
Ana.-Poncho no me dijo nada. ¿Sabe qué? Creo que confunde a mi marido. Él no es capaz de hacer algo así.
Laura.- ¿Hacer qué, exactamente si aún no le he dicho nada?
Ana.- Sí ya sé, pero creo que me está dando una confidencia que no corresponde con lo que hace mi Poncho. Verá, cuando vamos al centro comercial él es quien menos se fija en los zapatos que traigo, si cambié de ropa, de perfume. Una vez no notó que me había cortado el pelo a ras y así estuvimos una semana. Tuve que pararme con un baby doll rojo frente a la televisión, interrumpir el juego del Necaxa contra el Cruz Azul, y decirle “bueno, nene, qué no te das cuenta de lo que traigo acá”. Y se me abalanzó como un toro… Ya luego, tiempo después, le dije que tenía un corte nuevo.
Laura.- Claro, no lo dudo… Pero no trate confundirme, Poncho y Adolfo son cuates, usted lo sabe. Ya, vamos a ser directas, por favor, no tengo 15 años.
Ana.- Alfonso y Adolfo… ¿Adolfo se llama su esposo?
Laura.- Hace un rato se lo comenté, le dije quién es, le di hasta su apellido.
Ana.- Soy una despistada. ¿Y a qué se dedica su Adolfo?
Laura.- Primero, no es mío; segundo, es arquitecto de interiores, trabaja acá cerca en una tienda de muebles de diseño por encargo.
Ana.- ¡Un artista en casa!
Laura.- Tenía un artista en casa, y qué artista… Pero por favor, no me salga con que no lo sabía si lo tiene clarísimo. Desde hace rato ve la foto de su nuevo bar. Esta mañana lo vi en las redes sociales. Junto a él están sus amigos íntimos, los de la secundaria, y con ellos está su marido. Desde hacía rato que deseaba abrir un bar para socializar y… voilá, que tiene su bar.
Ana.- Sí está Poncho con ellos, ¿y eso qué? ¿Lo dice porque me vio repitiendo los nombres? Bueno, no se inquiete, trataba de recordar cómo es que los conocía. Verá, en la casa siempre tenemos cenas con los amigos y nunca me los había presentado.
Laura.- No nos hagamos a las ingenuas – fuma una larga bocanada-, usted sabe muy bien por qué me divorcié y seguro piensa qué será de su vida sin su Poncho.
Ana.- Señora, usted no tiene ningún…
Laura.- Dígame Laura y yo le diré…
Ana.- Ana, mi nombre es Ana.
Laura.- Bien, Ana. Ya sé que no debo entrometerme en tu vida, y quizá sea cierto, tú sabes lo que haces. Seamos francas, ¿por qué te embarazaste de él? ¿Qué buscabas? ¿Dinero, fue por eso? ¿Lo querías revertir? Eso no se puede, yo muchas veces lo intenté.
Ana.- No tengo idea de lo que dices, Laura.
Laura.- Sí sabes, no te hagas. Ves la fotografía, tú no estás, si todo marcha a las mil maravillas por qué no estás…
Ana.- Porque me dijo que fuera y no pude, ese día uno de los niños se enfermó y tuve que quedarme en la casa con la niñera para atenderlo, y yo le dije “anda, diviértete, siempre te preocupas por nosotros, mereces un tiempo para ti solo y conocer nuevas amistades”, así se lo dije, es más…
Laura.- Mire, no me tiene que convencer de nada… -le interrumpe.
El celular de Laura suena. Contesta. Repite síes monosilábicos. Ana toma café, ya no hay más, llama al mesero. No llega. Laura cuelga. El disco que estaba sonando para. Ya no hay música.
Laura.- Ya que esto se pone interesante me sale con que llegará…
Ana.- ¿Una amistad?
Laura.- Por ahora somos amigos, si tengo éxito será un potencial marido.
Ana.- Ojalá tengas suerte.
Laura.- No hay suerte, Ana. ¡Uno se hace su destino! Cuando me separé pensé que nunca iba a ser feliz. Fui a terapia, estuve con varios psicólogos, leí como mil libros de autosanación, acudí a congresos de superación personal y ahora soy toda una convencida. Es cuestión de creérsela. Sí se puede Ana, ¡se puede! Hay un más allá de- que tienes que explorar. ¡Anímate! No veo cómo puedas salir del embrollo en el que estás metida a menos que un día te levantes, te llenes de amor propio, salgas de esa casa donde vives y con la frente en alto digas “no más, merezco una mejor suerte”, y te largas, así como así, yo lo hice y no me arrepiento.
Ana.- Laura, no sigas, tienes una vida por delante tú sola, eres valiente, decidida, tienes muchas cualidades…
Laura.- ¡Y tú también!
Ana.- Yo tengo hijos. No puedo dejar a Poncho y salir con los niños, ellos no lo van a entender. ¡Ellos no son culpables! ¡Es mi culpa! Algún día me pedirán cuentas y no deseo que llegue ese día. Querrán explicaciones y no se las puedo dar, es mi culpa, sé que es mi culpa.
Laura.- No me digas que no te diste cuenta.
Ana.- No lo sabía. Cuando lo conocí era muy afectuoso con las mujeres. Yo era estudiante de enfermería. En mi casa siempre fuimos muy pobres. Mi mamá apenas lo vio me dijo que era buen partido. Era mi maestro. Cuando acababan las clases me quedaba a echar relajo en la cafetería con él, y allá estábamos todos, mis compañeros y él. Se iba de fiesta con mis colegas y nadie sospechó nada. Nadie me dijo nada. A mí me encantaban sus clases, siempre tan bien parecido, recién bañado por la mañana, oloroso, vestido de traje, con ese porte de conocedor, barba entrecana, alto…
Laura.- Porque él es un macho. Eso pasa, él es el “macho”.
Laura se ríe a carcajadas. Prende otro cigarro. Abre la ventana para espantar el humo. Ana está llorando. Laura la ve con desprecio.
Laura.- ¿Y nunca lo notaste en la intimidad?
Ana.- Pues me pedía cosas inusuales.
Laura.- A ellos les encanta el anal. Yo de tanto hacerlo acabé en la clínica porque se me salía la mierda a chorros. La verdad es que no me gustó para nada. Hasta el día de hoy me da asco.
Ana.- A veces me pasa.
Laura.- ¿Por qué no lo dejas?
Ana.- ¿Y mis hijos? No puedo permitir que crezcan sin padre y con las mismas carencias en las que yo crecí. En mi casa nunca tuvimos más de una tele, y eso sin canales de paga. Yo siempre acudí a escuelas públicas, vestía las ropas usadas de mis primas, ellas sí tenían para el maquillaje, las fiestas, conmigo eran siempre encierros con mi madre, estudios, lecturas, exámenes, comidas caseras, nada de restaurantes, nada de revistas de moda, nada de nada con nadie. Con Poncho he sabido lo que es viajar más allá de México. Él me enseñó a vestir ropa fina, a dejar de preocuparme por los precios y fijarme en la calidad, a comprar productos con filosofía. ¡Esto es vida! ¡Así quiero educar a mis hijos! Deseo que mis niños vayan a un colegio donde tengan más fiestas que clases, que se lleven con los que tienen las llaves de la ciudad en las manos, que sean de los de arriba que mandan para los de abajo. Sueño con tener hijos triunfadores, Laura, tú como no tuviste hijos no lo puedes entender. No sabes lo que significa que amanezca el día y te pregunten si hay de comer, si se puede tener en el plato un poco de huevo con tocino y te responda tu mamá que ya comiste mucho, que hay que dejar para mañana porque el cartón de huevos tiene que durar la semana. No sabes lo que es comprar una coca cola y relamerse los labios para hacer si aunque sea así el sabor dura un poco en los labios porque hay que esperar toda una semana hasta que mamá vuelva a casa con unos pesos de más y compre otra botella de un litro para todos. No sabes lo que he vivido, lo que he paso, y la gloria que para mí es ser la esposa de Alfonso. ¡No tienes idea de lo que dices, Ana!
Laura no se inmuta ante los gritos de Ana. El mesero no llega. La luz de la cafetería baja de intensidad. Una falla eléctrica apaga la luz. Oscuro total. Se oye la explosión de un transformador de la CFE a lo lejos. La respiración de Ana es tan fuerte que casi opaca los latidos de su corazón. Parece que le va a dar un paro cardíaco. Laura está quieta. Bebe café. Regresa la iluminación.
Laura.- Dime… ¿no crees que tus hijos eventualmente van a saber quién es su padre? Se los digas o no, les expliques o no, ellos acabarán por darse cuenta. Ana, no tengo respuestas a todas tus preguntas, lo que te puedo asegurar es que uno atrae su suerte. Debes ser más positiva, confiar en ti, más, mucho más. Todos hemos tenido malas rachas. Yo tampoco fui rica cuando era una niña, de hecho no considero serlo. La gente cree que lo soy porque con Adolfo iba a espectáculos de gala, cenas, paseos, viajes, collares caros, ropa muy elegante, amistades bonitas, carro del año… Pero eso es material. ¡Lo material pasa! Todos estamos de paso en la vida y mientras así sea tienes que vivirla, lo espiritual y como tú te sientas es lo que vale. Si no te sientes bien, ni modo, no te sientes bien y se acabó. Tan-tan. Terminas la relación, buscas a otro, y adelante. Por lo que entiendo tienes una carrera para ejercer, o si no la tienes, puedes trabajar de lo que sea, cualquier cosa, y darle a tus hijos lo que tanto anhelas.
Ana.- Yo no soy como tú. Yo no puedo hacer eso. No tengo las amistades que podrían ayudarme a subir. No conozco a quién que desee contratarme como enfermera y se nota que no trabajas, que no sabes cómo están los precios. ¿Sabes cuánto gana una enfermera? ¿Sabes cuántas horas tendría que trabajar todo el día para mantener a mis hijos y darles la calidad de vida que siempre he deseado? ¿Conoces las chingas que se llevan los de abajo, los malos tratos, las envidias de los compañeros, la mala saña, las friegas? ¿Verdad que no lo sabes?
Laura.- Eres justo como yo, pero tienes miedo. Y déjame contestarte, yo sí trabajo, soy agente de seguros. Todo lo que me dices es puro miedo. Está en ti, en tu cabeza. Nada malo te pasará, vas a estar bien.
Ana.- No sabes qué es lo que he vivido. No entiendes nada de lo que te digo. Eres una burguesa cabeza hueca, como muchas que he conocido desde que me casé con Poncho.
Laura.- Supongo que dices bien, no sé lo que es la pobreza, pero tú no has pasado lo mismo que yo, no. Lo mío es mucho peor.
Ana.- No es un concurso. Acá ninguna de las dos acabará ganando nada.
Laura.- Dices bien, no es feria. Pero déjame aclararte algo, la noche en que me viste, en Año Nuevo, con ese vestido, el que me mencionaste, bueno pues fíjate que no era para mí. A mí no me lo compraron. Los zapatos tampoco eran para mí. El perfume ni siquiera era de los que a mí me gustaban. Nada de lo que traía llevaba mi esencia. Adolfo bien sabía que odio los escotes y no me gusta vestirme como callejera. Te dirás, ¿cómo saberlo? Lo mismo le dije, ¿cómo esperabas, idiota, que lo supiera si mandaron la caja a mi casa con un moño rojo y un ramo de flores encima? Lógicamente pensé que me lo había comprado, sobre todo porque el mes pasado aborté un hijo de él. Sucede que no fue así, todo eso era para él, para que él lo luciera en la noche de Año Nuevo con su amante de toda la vida, y ese mismo día, ese cochino día, planeaba dejarme una nota diciéndome “lo siento, no funcionamos”. Todo eso se lo saqué en ese mismo baile. Camino a casa me soltó todo mientras manejaba. Con entereza bajé del carro, saludé al vecino que estaba festejando con toda su familia, recibí llamadas de felicitación por celular, a primos y parientes que fueron a la casa a darnos el tradicional abrazo, y créeme que a nadie, nadie, le pude decir “esto ya valió madres porque mi marido siempre ha sido la nena de otro hombre, gracias por el pavo, vuelvan otro día”.
Ana.- Esa noche estuviste platicando conmigo…
Laura.- Porque él salió del restaurante del Hotel…
Ana.- A pelear con Poncho, él le dio el vestido…
Laura.- Para sellar el compromiso –fuma.
Ana.- ¿Lo sabías cuando te casaste?
Laura.- Me casé virgen. Me pidió matrimonio en el atrio de una iglesia. Salimos del coro, en ese entonces yo cantaba para la misa de mediodía y él también. Echábamos relajo, salíamos en grupo con los demás. El día que me pidió matrimonio me dijo que no deseaba vivir en pecado mortal, que quería purificar sus penas. Que nunca había estado con una mujer, jajaja, ahora lo entiendo, jajaja. Después que tuvimos sexo en la noche de miel, me di cuenta que no estaba a gusto conmigo. Al paso de los días me era muy clara su homosexualidad. En la cama nunca le gustaba lo que le hacía, en más de diez años de casados pocas veces llegamos a unirnos como hombre y mujer. Apenas lo hacíamos se sentía culpable, se metía al baño y se tallaba el pene hasta que se le desprendiera. No dudo que tu Poncho haga lo mismo.
Ana.- ¿Cómo fue que lo confrontaste? ¿Cómo fue que antes no acabaste con él?
Laura.- Cuando terminó de discutir con Poncho me pidió que nos fuéramos a la casa. Estaba llorando. En el carro me confesó todo. ¡Se lo pregunté y respondió! ¡Lo amaba! “¡Amo a otro hombre!”. Y yo le dije, “ya lo sabía, cabrón, crees que no me he dado cuenta”. Hubiera podido quedarme con él hasta veinte años por lo mismo que tú estás atada a ese Poncho, un gay es el mejor amigo para una mujer. Disfrutaba su compañía, las pláticas de arte, el escuchar la música  juntos, que fuéramos a veladas bohemias por las noches para escuchar lecturas de poesía. Amaba mi vida de casada.
Ana.- ¿Y el sexo?
Laura.- ¡El sexo no me importaba! ¿Para qué tener un hombre adentro que no sabe moverse si me puedo comprar un consolador? ¡Así se lo dije! Le dije: “te perdono que seas marica, que te guste el bate con las pelotas, lo que no te perdono es que vistas de mujer, trates de ser una mujer y cojas como una mujer, porque acá la de los ovarios soy yo”. Agarré mis cosas y salí de mi casa. Lo dejé plantado. De verdad, creo que perdí un buen matrimonio. Jamás peleamos, jamás tuvimos problemas maritales serios. Pero no le perdono que se vista de hembra y ande con sus joterías por la calle dejándome en vergüenza, dando de qué hablar sobre mí. Tampoco le perdono que sea el mayate de tu marido.
Ana.- ¿Ellos se conocían desde antes?
Laura.- Creo que eso ya lo sabes. Estudiaron juntos la preparatoria. Iban juntos a los campamentos de los Boy Scouts. Fueron acólitos de la misma iglesia. Y en la pubertad empezaron a jugar con eso de “tú eres maricón”, “no, tú eres maricón”, hasta que una vez comenzaron a mamársela por gusto.
Ana.- Fue algo muy inocente.
Laura.- Nena, abre los ojos. Cuando te juegan el queso no hay nada de inocencia en ello, así tengas cinco o treinta años.
Ana.- Pero no se acostaban…
Laura.- ¿Te gusta pensar eso, verdad?
Ana.- Es que Poncho no es como Adolfo. ¡Mi marido no es gay!
Laura.- ¿No crees que ya te di mucha información?
Ana.- Cuando le dije que deseaba ser madre no se opuso.
Laura.- ¡Pues no! ¡Cómo se opondría si le hiciste un favor! ¡Le diste el hijo que Adolfo nunca le iba a dar! ¡Y se los diste por partida triple! –carcajadas-.
Ana.- Pero él los ama –llora-, los quiere. Cuando estamos los cinco me dice que vayamos al parque y juega con ellos hasta caer rendidos.
Laura.- La cosa no es si ama a sus hijos o es buen padre, la cuestión se resume a si eres feliz, si te satisface como mujer. Yo no puedo vivir una farsa sabiendo que el hombre con el que estoy no me ama, no desea mi cuerpo.
Ana.- Acabas de decir que te hubieras quedado con él más tiempo.
Laura.- Sí, pero… Desde que me divorcié tuve mis dudas, pensé que jamás volvería a tener la suerte de encontrar un hombre. ¿Y sabes qué hice?
Ana.- ¿Qué hiciste?
Laura.- La verdad es que mi psicólogo me ayudó un poco. Me dijo que la única manera de saber si volvería a tener este tipo de experiencia era ofreciéndome libremente y sin ataduras a un hombre.
Ana.- ¿Y así es como conseguiste a este amigo que estás esperando?
Laura.- No… esa es otra historia… Lo del psicólogo fue simple, si quieres te lo presto –ríe-.  Como te explicaba hace un momento, pues resulta que así sin más, estaba acostada en el diván y él me preguntó “Laura, si te ofreces a un hombre sin esperar más promesas que lo que pueda pasar en el presente, verás que esa mala racha pasará”. Mientras me decía eso me tocaba la pierna sosteniendo esa mirada hipnótica que tienen los hombres letrados. Yo lo dejé y dije “sí, me ofrezco libremente”. En ese momento me quitó el pantalón, se levantó la túnica de monje budista y comenzó a follarme como nunca en mis trece años de casada. Es la primera vez que de verdad me sentí mujer. Su barba áspera me lijaba muy sabroso los pezones –cruza las piernas repetidamente- , sus manos grandes y fuertes sostenían mis nalgas al aire para penetrarme con fuerza… Me dijo, “esto es kamasutra, tomé un curso para dar placer, siente mi verga, me estoy conteniendo para no venirme pronto dentro de ti”, y de verdad, estuvo así como casi cuatro horas. ¡Me encantó! Jamás había gritado como hiena, no sabía que un hombre puede hacer eso, tener tantas posiciones, contenerse tanto, aguantar y proveerme de casi mil orgasmos al minuto. Ana, no sabes qué es lo que te estás perdiendo.
Laura saca un pañuelo de su bolsa. Suda. Ana comienza a frotarse la pelvis disimuladamente con su celular. Laura bebe un poco de café. Se aclara la vista. Ana apoya la cabeza sobre la mesa, exhala fuertemente. Detiene su excitación. El mesero puso música romántica.
Ana.- Yo quiero vivir eso.
Laura.- ¡Claro que lo debes vivir! Es más, ofrécete en un bar a cualquier borracho y emborráchate tú también, para que al día siguiente no tengas que vivir con la culpa.
Ana.- ¿Lo has hecho?
Laura.- Cada fin de semana. Así fue que conocí a Sebastián, el amigo que está a punto de llegar.
Ana levanta las caderas, tiene las piernas cerradas, es obvio que se está estimulando. Laura fuma y la ve. Sonríe. Ana se detiene aterrada.
 Ana.- No, yo no puedo.
Laura.- No quieres. Piensa positivo y atraerás lo positivo. Empieza a desear vivir más experiencias, mejores revolcones, mejores parejas. Vive la vida.
Ana.- No puedo dejar lo que he alcanzado. Ahora soy alguien. Entro a las tiendas y me respetan. En las fiestas me piden mi nombre o de plano ya los reporteros de Sociales no me lo preguntan y aparezco en las portadas del domingo.
Laura.- ¿Y haces las obras de caridad?
Ana.- ¡Sí! ¡No puedo permitir que se enteren de mi vida! ¡No puedo dejar cabos sueltos para que destruyan mi familia! No puedo hacer lo que tú haces, tú no tienes moral.
Laura.- ¿Yo no tengo moral? –se levanta y dirige hacia la ventana- ¡La familia perfecta! ¡Pasen todos, vengan, vean, conozcan a la familia perfecta! – habla hacia la calle como si anunciara a un fenómeno de circo- ¡Acá está la esposa perfecta, la rica mujer que tiene al marido médico, a los hijos preciosos, que sabe de alta cocina, conocedora de los valores morales de la cristiandad! ¡Pasen y vean a la promotora de las buenas costumbres y del recato en la cama! ¡No la dejen ir, pasen y paguen un café para conocerla! ¡Por cada café que compren ellas les dará posiciones de sexo anal para incrementar su vida sexual, vean y conózcanla!
Se oye la rechifla de los albañiles e improperios de los jóvenes que pasan por la ventana. Las sombras se acercan más y más, queriendo descubrir el interior de la cafetería. Ana se levanta y cierra las puertecillas del ventanal evitando ser descubierta.
Ana.- ¡No tienes ningún derecho a burlarte de mí! Yo podría destruirte, arruinarte socialmente. Podría hablar con mis contactos de la Plaza para evitarles la pena de verte, apenas sepan que eres una zorra maloliente verás que no tendrás cabida en ningún lado. No sabes con quien te has metido, no has visto aún lo que soy capaz de hacer… Eres una zorra, ¡zorra mugrosa!
Laura.- Prefiero ser una zorra maloliente a una puta mal cogida.
 La bocina de un camión ensordece el lugar. Otra vez hay fallas con la luz del café. Pasan un par de personas por la ventana cerrada. Los ruidos de la cocina se escuchan fuertemente, al parecer se le rompieron unos platos mientras los lavaba el mesero. Ana está a punto de asestarle una bofetada a Laura. Estalla la bombilla de luz de la cafetería. El interior es iluminado por la ventana.  Se abrazan. El mesero prende desde la cocina una luz de emergencia que estaba del otro lado de la cafetería, frente al ventanal.  Ana y Laura sonríen y ven la luz. Cada una camina hacia su lugar. Ana saca su periódico y lee los mismos nombres… Se cansa de lo mismo. Tira el diario al suelo. Ya no le importa. Saca un estuche de maquillaje y se perfila las cejas. Laura hace una llamada.
Laura.- ¿Vas a venir? ¿No? Bueno, en ese caso nos vemos en la noche en mi casa.
Laura se levanta. Recoge rápidamente sus cosas. Avienta un billete sobre la mesa. Ana nota que está a punto de irse.
Ana.- ¡Qué pena que ya se va tan pronto! Creo que debería hacer lo mismo. Mi acompañante no llegará.
Laura.- Sí, me parece que tiene razón. Si no viene la persona que uno espera, para qué seguir. Que tenga buen día.
Ana.- Gracias, igualmente. Gusto conocerle.
Laura sale aligerando el paso. Ana saca su celular, hace una llamada.
Ana.- Hola Jorge, a lo mejor te acuerdas de mí, soy Ana Hernández, en la secundaria éramos novios. Vi en tu Face que te acabas de divorciar…
La conversación baja de tono, apenas es perceptible. Ana se queda sentada conversando. Los transeúntes pasan en tropel por la ventana. Los perros callejeros ladran. El mesero puso la canción de Moon River, en piano, tocada por Henri Mancini. Ana se alegra.
TELÓN



Erika López Rodríguez.
Escritora.
Todos los derechos reservados.
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martes, 26 de marzo de 2013

Formulario para acabar con los males

Un dolor punzante me llevó al baño cuando escuché su nombre. Lo que saqué en el bacín era justamente el ramillete de sentimientos que poseo cada vez que la escucho mentar. Su perfección me enferma, nadie puede ser así, ¡esa es pura fachada! Presume de una gran educación cuando no la tiene, todos hemos estudiado en buenos colegios, el precio de la colegiatura no significa nada. Pero parece que para el jefe sí, para los compañeros también. No es popular, pero su presencia irradia una luminosidad que me desconcierta en cada taconeo de sus zapatos Nine West de mil cuatrocientos pesos adquiridos en barata.
La voz chillona desgarra mis oídos las veces que la escucho hablar con ese dejo infantil que a sus veintiséis años aún posee. Supongo que hasta su novio debe hartarse de los agudos en las “oyes”, “sí”, y todas las palabras acentuadas que emite con total falta de armonía cuando eleva las átonas y deja el resto de las sílabas estamparse entre los dientes con la voz gangosa de las niñas de cinco años. Le faltaría dibujarse en la frente una estrellita por cada cliente que consigue para el bufete de abogados.
A mi casa la llevé una vez porque desafortunadamente me lo pidieron los compañeros en esos odiosos complots para echarle a uno la vida al traste. Ese día su carro último modelo que le regaló su papito, el oncólogo del IMSS que gana 30 mil pesos al mes, no funcionó y decidió lo que ningún humano había logrado: dejarla parada como mensa esperando que la fuerza divina cayera ante sus enrojecidos ojos entornados a punto de lanzar el berrinche contenido con una mueca en los fruncidos labios de la boca. Lástima, no he tenido tanta suerte como para deshacerme de ella.
Su tío consiguió meterla a la oficina porque la madre, quien pertenece a un reconocido club campestre, ha hecho labores de caridad en el asilo para enfermos con deficiencia mental donde acude la hija de mis patrones. Quizá si mi madre dejara de lavar ajeno y se dedicara más a las obras sociales de la Iglesia y de los múltiples patronatos que ésta soporta con su reconocida calidad moral, hace años hubiera yo podido estar en el puesto de jefa de asuntos jurídicos de lo familiar. Aunque llevo cinco años en esta empresa no dejo de ser asistente legal, no abogada civil como la preciosa, chulísima, queridísima, encantadorísísima y súper caprichosita nena de papi y de mami.
Ahora se acerca hacia mí con su desplante habitual para exigirme que regrese al Ministerio Público para buscar unas actas que desde la semana pasada le dije que hacían falta para integrar el expediente Parra-Lorenzana. Sus ojos vacíos me dirigen las órdenes con un chasquido tronador de sus pestañas gruesamente condensadas con el rímel que a lo mejor costó 27 dólares en uno de sus viajes a Los Ángeles en el Verano. Los dedos delgados y blanquecinos dejan paso para que el índice me apunte directamente a la cara señalando mi presunta inutilidad mientras la voz robustece el eco de sus palabras que resuenan en la habitación repleta de clientes, compañeros, y entre tanta gente mi propio jefe.
Veo luces; ráfagas de varios colores iluminan su cara y tengo que frotarme los ojos porque no doy crédito a las estrellas que de pronto levantan una falsa aura sobre sus cabellos recién entintados. Siento que el corazón me late con fuerza, demasiada diría yo, pues un golpe contenido de pura rabia se yergue debajo de la mesa dando punzadas al cajón que no se tiene la culpa del coraje que esta vieja me hace pasar. Ella se da cuenta de que no estoy bien, no me siento a gusto a su lado, y mis dientes amalgamados con sus pares superiores se frotan mientras le digo que no me grite delante de tantos desconocidos. -¿Qué, no quieres que te gríte?- la escucho decir mientras mi cerebro ordena a mis puños mantener la compostura para no trapear el piso con sus labios violáceos con brillo recién untado.
Opto por dejar la habitación con la cara granadina llena de vergüenza. Los transeúntes abren paso mientras me ven caminando con balbuceos y algo de sangre en la nariz. Saben mis amigos del Ministerio los problemas que paso en el bufete. Varias veces me han recomendado que me salga para que con ellos trabaje en el arduo negocio de meter inocentes a las cárceles. Y yo que me niego por un sueldo que me ofrece unos ceros de más en el cheque de la quincena.
La Chupes” sale a mi encuentro en mi solitario trabajo de desquitar mi rabia contra las paredes. –Calma, vas a tirar los barrotes con tanto zapatazo –me dice. –Deberías cobrárselas a la güerita; ya “chole”, ¿no te parece?- me susurra mientras reflexiono esas sabias palabras que llegan como bálsamo para mis heridas emocionales.  Nunca había considerado que “La Chupes” y yo tuviéramos tanto en común, hacía tanto tiempo que viene por la misma causa, que hasta se me olvida que es delincuente.
Salgo del Ministerio con ánimos renovados gracias a mi recién amiga. Dicen que los amigos se conocen en la cárcel y en la cama, ¡y no puede ser más cierto! ¡Qué gran consejo, señores! ¡Grande “La Chupes”! Esta noche seguiré los siete pasos de la justicia.
Paso Número Uno: Conoce a tu Rival.
La nena sale de la oficina tintineando sobre el piso con esos zapatos de aguja que lleva puestos. Nadie la sigue excepto yo. Se sube al auto color rosa Barbie donde prende el aire acondicionado mientras con una mano manipula la radio para sintonizar la estación de su preferencia.
Paso Número Dos: Estate Cerca.
Me incorporo al asiento trasero que dejó abierto en el momento que se bajó para comprar golosinas antes de llevarlas a la reunión semanal que tiene con sus amigas del Club de Damas Unidas por la Juventud todos los jueves a las ocho de la noche. Ignora que la he seguido todo este tiempo, y como jamás he sido importante para ella, no reconoce mi auto estacionado justo detrás del suyo.
Paso Número Tres: Prepárate para la Acción.
El celular timbra dentro de su bolsa de dos mil pesos marca Cartier que trajo desde Europa. -¡Hóla! ¡Qué sorprésa, amíguis!- dice con esa voz que da fuertes sonidos de falsedad. Mira por el espejo retrovisor burlando la seguridad de los policías que vigilan en las esquinas la aplicación de los reglamentos de tránsito. Hasta ahora ha violado dos cosas: no trae puesto el cinturón de seguridad y habla por teléfono distraídamente mientras maneja.
Paso Número Cuatro: La Acción es Rápida y Silenciosa.
Estalla la llanta como lo tenía previsto en la calle que había planeado para mi fin. Como no sabe qué hacer en estos casos, maldice su “mala” suerte golpeando sus uñas de acrílico en el tablero. Suelta el celular que se queda marcando el teléfono de Papito. La mano agarró al aire el dispositivo que hubiera alertado a sus progenitores. Unas ráfagas de luz alumbran desde lo lejos, no tengo mucho tiempo. Forcejea para zafarse la mordaza que protege mi integridad acústica de sus improperios y desafinos. ¡Perra de mierda, me mordió! La puerta se desliza para atrás dejando que el par de huesudas piernas escapen del interior del convertible. Lanzo para adelante el asiento y escapo por la misma salida de mi víctima. Sus tacones la traicionan, cae sobre el pavimento teniendo cercana la muerte por atropello vial. La salvo.
Paso Número Cinco: Opera pronto si las cosas salen mal.
En realidad no recuerdo si “La Chupes” enumeró estos pasos para tener el crimen perfecto, pero yo así los escribí en una hoja que tengo bien guardada dentro del interior de mi brassiere. Los años que llevo como abogada me han permitido tener una mente fría y analítica. Ella nunca ha sabido lo que es ser defensora de los derechos humanos, ni siquiera es capaz de defenderse, la única arma que posee para no ser pisoteada en el mundo es la prepotencia comprada con el dinero de sus padres, y ahora ante mi no tiene salida.
Las lágrimas no se detienen y menos la lengua que se suelta en insultos contra mi modesto origen y mi persona. Pretendo no escucharla para evitar que me cause más daños, como los gritos, los señalamientos, las calumnias, las ridiculizaciones, las críticas, las horas extras sin pagar, los abusos, todo, todo lo que me ha hecho sufrir. Solamente recuerdo que espetó algo así como: “no sabes quién soy”. ¿Ah, no sé quién soy? ¿Qué no lo sé? Y lo demás es historia.
Paso Número Seis: Limpieza.
Un charco rojo llenó la calle donde su cabeza estaba asentada. El cuello abierto desahogó todas mis penas y frustraciones contenidas. Nunca más me volverán a enjuiciar con saña los ojos vacíos que están en el asfalto distribuidos en polos distintos al sentido de orientación. Los dedos extraídos de sus muñones señalan a otros puntos de la geografía rural de ese camino poco conocido por la urbanidad. Sé que ella y su novio sostenían relaciones sexuales, pero jamás entendí lo de la voz fingida. Por eso, cuando le quité las bragas y le metí el puñal para destriparla por dentro juro por mi vida que no encontré restos de inocencia, pues por lo que pude sentir, ese camino fue transitado muchas veces. Por si las moscas, le saqué la garganta con las manos.
Paso Número Siete: Niégalo Todo.
Entré a la oficina como todos los días, temprano en la mañana y con ánimo de trabajar en lo que más me gusta. Mi vestimenta roja contrastaba con la sobriedad del momento. Mi jefe, su compadre, el novio y algunos compañeros estaban enlazados con los tentáculos de la abrazadera social llorando la memoria de mi jefa directa. Juro que no lo sabía, me apena tanto, les dije. Un momento estuve en la misa solemne haciendo gala de mal gusto con mi vestimenta inapropiada. Pero todo acabó, ahora es momento de rockear.



Erika López Rodríguez.
Mérida, Yucatán, México.
Registro en trámite.
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio impreso o virtual, así como su mutilación semi o completa de partes de la obra sin consentimiento del autor.

Advertencia

Los cuentos y la novela breve precedentes fueron presentados a concurso de los respectivos géneros señalados, para ser exactos el certamen "Agustín Monsreal" y el otro fue para los medios internacionales, por lo que cualquier intento de copia, mutilación, plagio completo o parcial será denunciado por las autoridades ya que han sido registrados en su debido momento por la autora y actualmente están siendo procesados para tener los derechos internacionales de autor, según lo estipulan las leyes vigentes del Indautor en México.

Erika López Rodríguez.

Rompecabezas

Mariana
Me dice que algún día será actriz, que cuando menos me lo espere protagonizará una telenovela en donde será la malvada que ponga a todos con los dedos agarrados en la cabeza. Mientras habla mira a los pájaros que vuelan sobre nosotras, quizá cree, muy probablemente, que su destino es como el de las aves: irse muy lejos de acá sin que sepamos de su paradero. No sería raro, siempre con sus actos lo da a entender, que no está a gusto con nosotros.
Siempre viene a la escuela, en parte porque su madre tiene la obligación de traerla, en parte también porque si no lo hace la maestra regaña a sus papás. Casi todas las veces que trabajamos en equipo saca su libreta de color azul para diseñar las ropas que usará en el más reciente estreno de televisión nacional. Nunca falla, los vestidos largos son para las malas, por lo general las mujeres de feos comportamientos, apartadas de la sociedad, sin marido y sin hijos, muy religiosas o con secretos oscuros. Los vestidos cortos son para las niñas muy chiquitas y con mucho dinero. Si es una niña aplicada entonces le pone lentes, si es una señorita de catorce años lleva minifalda y blusa pequeña para que muestre su ombligo, y si vive en la playa tiene traje de baño todo el día. Nunca dibuja a las niñas pobres porque esas no son protagonistas de las buenas telenovelas, y si lo son luego al poco rato se vuelven ricas, así que no tiene caso pensar en lo que se pongan porque siempre serán las multimillonarias que tienen padres escondidos en algún lado.
Ayer nos regañó la maestra por su culpa precisamente porque estaba dibujando sus futuras ropas en lugar de ayudarme a sacar las sumas de cuánto cuesta comprar cinco bolsas de cuarenta y cinco pesos si tienen el veinte por ciento de descuento. Me costó mucho trabajo llegar al resultado, pero lo logré. No sé por qué la profesora nos pone ese tipo de ejercicios para hacer en equipo si uno solo los puede razonar, aunque no es el caso de Mariana, ella no tiene ni idea de cómo se saca la tabla del cinco, ¡y eso que es la más fácil!
Todas las tardes vemos las caricaturas de la barra animada del canal nacional. Sé que Mariana no comprende que además de los canales que el gobierno nos da, hay más opciones para ver en la tele, yo tampoco lo entendía hasta que me explicaron que ésos tienen un costo aparte de la luz. En casa yo no los veo todos porque mi mamá me lo prohíbe, y no es justo, si saco buenas calificaciones, ¿por qué me los niega? A Mariana nadie le dice que deje ver tele, lo hace porque no le gustan los programas para adultos y ya, la apaga y sale a jugar.
Esta tarde deberíamos salir como siempre. Cada que viene subimos al sube y baja, corremos alrededor del parque, les tiramos piedras a las iguanas, algunas veces nos acostamos en la arena para hacer figuras como castillos o botas para usar, o simplemente para sentir que se suban a nuestros cuerpos las diminutas hormiguitas. Hoy no lo haremos porque hoy no vendrá.
Comienzo a extrañarla, ella es mi mejor amiga. Mariana me platica, además de sus ganas de ser actriz, de los muchos novios que va a tener en sus películas. En el recreo me comentó que cuando tenga su primer enamorado a los quince años, le va a dar un beso en la boca como hacen los adultos en las películas, y que con el primer beso quedará embarazada y que no va a querer a su hijo. Me dijo que mejor me lo da para que la gente no lo sepa y sea un secreto que todos quieran saber para que así salga en las revistas de telenovelas y que yo haré como que no lo sé, aunque sí lo sé. Y también, también me dijo que iremos a la tele a hacer como que nos peleamos por el bebé, pero no nos peleamos de verdad, solamente de mentiritas porque eso saca más novelas y más dinero. Total que será todo un lío orquestado, como dice, para que nunca nadie se olvide que existe y siempre pueda vivir en la memoria.
Aparte de eso de los novios, con los que nunca se va a casar porque eso tampoco genera ganancias, comenzará haciendo las novelas para niños, como las que pasan a las cuatro de la tarde. Cuando tenga mucho éxito vendrán los papeles en el cine. Le pregunté por qué le llaman séptimo arte y no me supo decir, pero me aclaró que siempre dará vida a las heroínas de los cuentos de hadas. Y si tiene mucho, mucho éxito, les pedirá a sus papás que le hagan muñequitas con su cara para que vendan en las esquinas con las cajitas de dulces o en las tiendas de hamburguesas. Y entonces, con todo su súper dinero, me comprará una casota para que vivamos juntas y todas las tardes nos vayamos a la heladería a comer helado, porque también quiere comprar todas las tiendas de nieves y de chocolates para que siempre nos los comamos, sin que nadie diga que no. Es más, me prometió que cuando sea muy famosa le dirá al Presidente que nunca permita que los niños coman vegetales.
Recuerdo que una vez la maestra le pidió que describa frente a todos nosotros dónde estudia. Fue algo muy sencillo, la mayoría sacó los cinco puntos del trabajo menos ella. Dijo que estaba estudiando con los niños Montero, los hijos de las tiendas de supermercado más grandes que hay en la ciudad. Luego, que estaba llegando de Europa porque allá fue con sus papás a pasar sus vacaciones de primavera y que en el avión estaba el actor de la película que recién se estrenó la semana pasada en la plaza comercial. Todos nos reímos de las tonterías que estaba diciendo. La maestra quedó hasta colorada de todas las burradas que dijo mi pobre amiga. Me cae muy bien, siempre me sale con cada cosa... Pero es que cómo se le ocurre engañarnos si sabemos que su papá gana muy poco vendiendo talco por las noches. Incluso en la cena mi papá dijo que es posible que lo metan a la cárcel porque a esas horas nadie debe estar en la calle y menos comercializando ese producto. Luego se calló porque mi mamá le dijo que no es bueno que los niños aprendan de las cosas que hacen los adultos. Como si me importara vender talco, para eso pongo una farmacia y vendo hasta las medicinas.
Esta mañana antes de que nos pusieran a investigar el nombre de doña Josefa Ortiz de Domínguez, otra tarea muy simple, yo de inmediato puse a un lado de la pregunta que decía “¿quién es?” y tenía la foto de una señora, que es la escuela, pero como la profe me trae filo no me puso buena calificación, tampoco a ella que trabajó en equipo conmigo. Bueno, pues mientras respondíamos la pregunta le dije a Mariana que tiene que abrir muy bien los ojos, el mundo es de los vivos, así me lo dice siempre mi mamá. Pero no me hace caso, siempre anda con sus sueños y su libreta azul que carga hasta el baño y en la hora de la comida y a veces la trae acá.
Al mediodía, a la salida, me mostró la cara de un señor vestido de negro que iba en un coche caro de los que usa la policía. Me dijo que ahora sí se le haría realidad lo que siempre había estado esperando, que su papá conoció a una persona que la puede ayudar a ser una buena artista. Le dije que no se suba al coche, hasta me puse a llorar. Mariana me besó en la frente y me abrazó muy fuerte con sus dos brazos, “estaré bien”, fue lo único que me dijo.
La mirada de esos señores me dio mucho miedo. Los dos pusieron la vista sobre nosotras, en especial se fijaron en mi amiga. Antes de irse con ellos me dio su libreta azul por si algún día decidía recordarla o me olvidaba que era una simple persona antes de ser una estrella o si necesitaba demostrárselo a la prensa o lo que sea. Hubiera preferido que no se fuera.
Antes de venir al parque pasé a su casa a verla con la esperanza de que siguiéramos saliendo después de ver las caricaturas. Me sorprendí al notar que ya nadie vive en esa casa. Las ventanas seguían rotas, la puerta estaba abierta, adentro ya no habían muebles. No había nadie y pareciera que nunca conocí a una amiga que se llama Mariana. De no ser por este recuerdo que me dio, pensaría que estoy soñando.
Camino rumbo a mi casa, sola, con ganas de tener alguien para platicar de lo que vamos a ser cuando crezcamos. La iglesia está llena de abuelitas que vienen a hacer el rosario. Una de ellas me da un par de palmadas en la cabeza y me dice “qué linda niña”, le sonrío, mi mamá me dijo que nunca sea grosera con las personas más grandes que los mismos grandes.  En el camino una farmacia me muestra el rostro familiar de todos los días. Tal vez la maestra y yo nos equivocamos, a lo mejor siempre estuvimos confundidas y no la supimos valorar, como dice mi mamá. Se vuelve hacia un señor de más edad para pedirle que le lleve al circo y ahora dos mujeres pelean por una herencia… ¡Mis ojos no mienten!
Laura
Su rutina es la misma de siempre. La llevan al colegio que está a un par de cuadras de su casa. Cuando sale de la escuela la madre llega quince minutos tarde, justo a la hora en la que nadie está vendiendo en la puerta. En el momento en el que arriba al plantel, los carros de las maestras ya salieron rumbo a sus casas, solamente se queda el intendente y un vendedor que espera a que la secundaria de junto retire a sus estudiantes.
Camina con su madre para ir lo más pronto posible a comer el almuerzo. El padre las acompaña hasta la noche en la hora de la cena. Dentro de su cuarto mira solamente los canales que sus padres le permitieron desde que contrataron el servicio de televisión por cable. Fuera de eso su obligación es estudiar y sacar buenas calificaciones. Sí pasa las asignaturas, pero no con los cienes y noventas que sus padres estaban esperando.
En el fondo tiene una pasión, ser una gran astrónoma. Cada noche saca su atlas para ver las constelaciones y memorizarlas. Creyendo ver la Osa Mayor y el Cinturón de Orión, duerme tranquila en el patio, aunque para que nadie la regañe, entra horas antes a la casa que queda abierta de par en par por la parte trasera, dejándola a merced de los amigos de lo ajeno.
En ocasiones tiene la necesidad de irse al patio a dormir porque su vivienda es muy reducida. Camina dos pasos a la derecha, está en el baño; cinco pasos adelante, está en la mitad de la sala. Por las noches, algunas veces, no siempre, por lo general pasa como cada quince días o diez, oye a su mamá que está gritando muy quedito o a veces dice “espera un poco más, nos puede ver”. Laura no comprende por qué su papá no la calla, si ella durmiera con su mamá y estuviera gritando como lo hace, a lo mejor le diría “ya, duérmete, mañana me tienes que llevar a la escuela”. En el fondo cree que su papá no calla a la madre porque es tan bueno que hasta los gritos nocturnos le perdona.
En la escuela su única amiga es una niña que no aprendió a escuchar. A veces le platica que quiere ser astronauta para ir a Júpiter y vivir allá con su marido jupertino o jupersino o como sea. Pero su mejor amiga hace como que no la escucha y se pone a dibujar en una libreta repleta de figuras de niñas con vestidos de todos los tamaños y colores. Laura se entristece, nada más.
Uno que otro libro consigue llamar su atención. Los de historia de plano que no porque en ninguno dice cómo fue que los de Venus se molestaron con el rey Vainika, como vainilla, “porque sí, así tiene que ser, Venus empieza con ‘v’ y todos los habitantes tienen nombres con esa misma letra”, se dijo a sí misma cuando la maestra le llamó la atención por no saber quiénes eran los próceres de la Independencia.
La situación era igual. En las clases de historia, a la par con la maestra, recreaba las leyendas y los hechos de Venus, de Marte, de Mercurio. En la clase de geografía recordaba los lugares que, de acuerdo con la NASA, estaban  descubiertos por las sondas espaciales. En la clase de matemáticas, donde más destacaba, contaba en monedas de Neptuno y las convertía a las lunares. Era una proeza, esos malditos neptunianos eran unos tacaños, siempre querían rebajas en todo y hasta sus monedas cambiaban de valor según el mercado de valores universal.
Cuando salía del salón, su amiga le contaba los pormenores de su vida de adulta, mayormente le decía de eventos relacionados con las frivolidades futuras que de seguro aprendía en el hogar viendo horas y horas de telenovelas con su madre. Por el contrario, Laura no podía ver mucha televisión por las restricciones paternas, y eso que ella tenía más razones para estar al frente de la pantalla chica.
Como suele suceder con los aspirantes a genios, la niña tenía la manía de hacer las mismas cosas todos los días a igual hora y sin fallar. El menor cambio en su rutina le alteraba los nervios. Hubo una ocasión en la que la madre tuvo que llevarla con un psicólogo para que le diera tratamiento durante un cierto número de tiempo, como veinticinco sesiones aproximadamente.
Nada podía ser alterado, nada. A las siete de la mañana le hacía creer a los padres que estaba de pie, en realidad se despertaba a las seis del patio. A las siete y media la metían a bañar. Cuarto para las ocho comía en el carro de papá con trayecto al colegio. Ocho en punto se enjuagaba los dientes dentro del lavadero del colegio. Ocho y cinco la maestra revisaba que no tuviera piojos, que su uniforme estuviera listo, que la tarea la tenga completa y que el aliento huela rico. Ocho y quince entraba al salón e iniciaban las clases. Diez y media era hora de comer con la amiga en los jardines del plantel. Once, otra vez entraba al salón. Doce del día, esperando a mamá. Cuarto para la una llegaban por ella. Una y quince en la casa. A la una y media tenía que comer el almuerzo para luego hacer la tarea. Cuatro, telenovela. Cinco, hay que ir al parque. Seis y cinco regresaba con su amiga a la casa. A las siete era el momento de cenar con papá. A las ocho fingía que estaba en su cama durmiendo. De vez en cuando, como a eso de las once escuchaba los ruidos extraños provenientes de la recámara de los padres, pero desde las diez de la noche veía las estrellas e iniciaba el ciclo otra vez.
Nada podía salirse de ese estricto control. Incluso sus abducciones extraterrestres se realizaban bajo el estricto régimen que se imponía. Eso es algo que aprendieron por las malas los saturninos que bajaron a buscarla para que jugara con ellos en los anillos número treinta y dos y cuarenta. Nunca volvieron a pedirle que les acompañe. Mientras estaban divertidos haciendo olas con las rocas y lanzándole gases a los hoyos negros, Laura se puso a gritar tanto, que el Sol les pidió que de favor la callaran. Al principio le hicieron lo mismo que su amiga, la ignoraron por completo, después tuvieron que hacerle caso cuando les pedía que volvieran a casa porque tenía que ir a la escuela a entregar su proyecto de ciencia, se da la casualidad de que era sobre el Sistema Solar. Apenas se despertó, cayó en la cuenta de que esos mentecatos le mintieron, los anillos no eran de oro y plata con rubíes y diamantes, sino de tierra como estaba en el atlas, solamente así podía explicar que su falda estuviera toda manchada de café.
Por vez primera la maestra quedó emocionada al escuchar que uno de sus alumnos estaba explicando con tanta pasión cómo es el mundo de arriba. Lástima que ese día no estaba la mejor amiga de Laura para darse cuenta de lo mucho que ella tenía para aportarle a la vida, en el fondo pensaba que su existencia solamente tenía sentido a la luz de su deslumbrante estilo de vida como futura actriz de grandes telenovelas.
En un acto sin precedentes, Laura comenzó a recuperar el balance tras perder la secuencia puntual de sus hábitos. Recibió de sorpresa la noticia de la partida de su mejor amiga cuando menos lo esperaba. Igualmente la espontánea noticia de la llegada de un hermanito la sacó de sus cabales. Luego cuando vio que en las telenovelas de verdad su amiga había conseguido tener un papel menor, la niña empezó a dudar sobre la estabilidad de la materia.
¡Cuántos cambios, Dios mío! Si eso sigue así no sabré si al día siguiente despertaré siendo yo o dejando de serlo. Si mi amiga se va no tendré a quién escuchar, con quién relacionarme. El psicólogo me dijo que tengo que tener una conexión humana para que me acerque a la realidad. Si nace mi hermanito o hermanita no podré dormir en el patio y mis padres se darán cuenta de que me voy al espacio exterior y no me dejarán jugar con mis amigos extraterrestres. Si mi amiga es una estrella de cine es posible que la prensa venga a acosarme con preguntas sobre cómo es mi vida en el colegio y nadie me dará tiempo para pensar en qué quiero hacer con mi vida y con quién me quiero casar. Después vendrán a imponerme a un humano como marido y eso sí que no se los pienso permitir, antes muerta que haciendo familia con un terrícola.
Para desgracia suya, las sorpresas continuarían un poco más. Detrás de los matorrales, metido entre las hierbas que hacen las veces de cerca natural, separando su propiedad de la de sus vecinos, el supuesto saturnino que le dio su primer beso en una de las tantas abducciones extraterritoriales, la miraba con ganas de tener algo más que un roce sonámbulo bajo la luz de la Luna.
Simón
Saltó muy alto, la próxima vez la atrapo, vas a ver. ¿Cómo que no puedo? Mira y aprende, que no se diga que Simón Rojas no sabe cazar ranas. Así es, date cuenta, agarras la piedra, cuando esté asomando su cabeza, la lanzas fuertemente para que se muera. ¿Lo checaste? ¿Notaste la técnica? Acá va otra vez, piedra, te fijas bien, bien, apuntas, lanzas con fuerza y ya. Sencillo.
Deben ser como la una y media. ¡Bah! Mi jefa sabe que llego a eso de las dos porque sí, la he acostumbrado. Las mamás son así, muy confiadas en lo que les dicen los hijos. La mía así lo es, todo lo que yo le digo es la santa palabra, ni me hace preguntas ni las tengo por qué contestar en caso que las haga. Si te fijas, en poco tiempo saldremos del colegio. Yo le calculo como veinte días de clase y ya, nunca tenemos nada en la primera quincena de julio.
Lo estás haciendo mal, no te das cuenta de tus errores. Tienes que lanzar con fuerza y mirando a la rana, si ves a otra parte es porque le tiras a otra parte, es como que te vengan a partir la cara y te dejes, bueno, algo así, la verdad no soy bueno para eso de andar dando, ¿cómo dice la maestra? Analogías, ejemplos, paradojas… Usa cada palabra más rara, no sé qué hace dando clase, no sabe enseñar.
Anoche me preguntó mi papá qué voy a estudiar, le dije que no lo sé, todavía me falta un año para entrar a la preparatoria. No lo entiendo. Primero me salió con eso de que para un carajo sirven los estudios, que ahí estaba, mi abuelo lo obligó a tener la prepa y que la tiene y nada, sin empleo. Después me dijo que si pensaba estudiar. La verdad no lo sé, cuando llegue el momento le diré qué pedo con mi vida.
Creo que para mañana es el proyecto de treinta puntos, el que tenemos que hacer en equipo para el maestro de física. No lo voy a hacer, me da mucha hueva. Todas las clases del “cochino” son iguales, nomás entra y se pone a coquetearle a las zorras que se sientan adelante. Igual lo hace el de civismo, ¿ya te fijaste? Entra al salón y da como quince minutos de clase, muy aburrido también, y luego está puteando con las niñas de la primera fila.
De todos los maestros la única que da bien su clase es la maestra de español, como que sí sabe enseñar, la neta. No sé cómo lo haga en tu salón, pero en el mío ella entra y nos pregunta si entendimos el tema, si le dices que no, no te regaña, lo vuelve a explicar y hasta que todos le digan que ya lo entendimos, cambia de tema. Ojalá todos sean como la maestra Eulalia. Así hasta con gusto entro a todas las clases sin tener que escaparme.
¿Y tú por qué no entraste a las tres últimas? Espera, no me digas. ¿Ya viste eso de allá? Me pareció ver algo. Vente, hay algo, acá en el fondo, parece como una caja. Dame esa pala de madera. No, dame la otra. Ayúdame, tenemos que sacarla. Está pesada, ¿eh? Ándale, empuja con fuerza y a la cuenta de tres la levantamos. Uno. Dos. ¡Tres!
¡Órale! Está llena de verdín. Me da asco abrirla. ¿Tienes una bolsa de plástico para que use como guante y así pueda ver el interior? Yo tampoco. No seas culero, pídele al vendedor que está afuera del colegio que te regale una bolsa de plástico. Anda, te espero, acá voy a quedarme, pero no te tardes, ya quiero ir a mi casa a comer, de seguro mi madre ahorita está preparando el mole, nos prometió que lo haría hoy, no sé cuál será la razón… Sí, anda.
¿Te la dio? Es buen cuate, me cae bien. Bueno, pues que me pongo la bolsa como guante en la mano derecha y en la izquierda no uso nada para que pueda detener esta caja con las piedras. Patina, es por el agua, vete a saber cuánto tiempo ha estado sumergida sin que nadie la note. De seguro es muy antigua, de algún viejito y tiene las fotos pornográficas de su mujer.
¡Puta madre! ¡Cómo va a ser! ¡No lo puedo creer! ¿Lo estás viendo tú también? ¿No estoy soñando? Dime, dime la verdad, ¿es en serio? Creo que estoy soñando, te lo juro. No mames, neta, ¡no mames! ¡Somos millonarios! ¿Lo oyes? ¡Ricos, somos ricos! ¿Cómo cuánto dinero será todo esto? No, yo creo que sí es oro. Mi tío era joyero y me enseñó a distinguir lo bueno de lo que es pura fantasía.
Tócalo, tócalo. Pesa. La joyería de fantasía no pesa, el oro sí. ¿Ves? Esta madre es real. Vamos a esconderlo para que nadie más lo vea. Hablaré con mi tío para saber si conoce a alguien que compre oro en gramo y se lo vendemos. La mitad de las ganancias son para ti, la otra mitad para mí. ¿Es justo, no? Pero primero lo escondemos, no vaya a ser que alguien nos lo venga a robar.
¿Y qué, vas a ir o te vas a quedar en clase? No, no he ido, te estoy esperando. Anoche no pude hacer gran cosa, mi jefe llegó a la casa con la solución de todos nuestros problemas. Dijo que conoció a un señor que le ofreció un negocio que deja mucho dinero, solamente que tiene que salir a vender por las noches. Pues no sé dónde se va a ir a vender, mi mamá le preguntó si se va a una tienda nocturna, pero no quiso contestarle, solamente que va a trabajar en las noches.
En fin… ¿Vas o no vas? Yo quiero ir a contarlo todo. Vamos, deja de entrar a la clase de los jueves, ese marrano no va a dar clase, lo sabes. ¡Eso, que digan que eres macho! Es por acá, de este lado salimos más rápido del colegio sin que nos vean los prefectos. Este hueco lo hizo el del grupo jota. ¿Le quedó bien, eh? Sabes, me da la impresión de que el vendedor se fija mucho en nosotros, ¿le dijiste lo que estamos haciendo en la aguada? Vientos, nadie, oilo, nadie debe saberlo, ¿entiendes?
Vete cogiendo un par de piedras para que no sospechen. Ajá, así, como un puñado está bien. Desde que vi todas esas pepitas de oro no he podido dormir, tengo la sensación de que algo nos va a pasar. Ya llegamos. Parece que no despertamos sospechas, ni siquiera del vendedor. ¡No jodas! ¿Cómo pudiste dejar olvidado tu libro de taller de música? Pues ya, no vas a volver por un pinche libro. ¿En serio, cabrón, me vas a dejar solo? ¡Ah, está bien! Pues ayúdame a sacar la caja del fondo y te largas. No, no le pidas nada, yo traje mi propia bolsa de plástico.
Como te tardaste mucho conté las pepitas de oro yo solo y son ciento quince. En serio, te lo juro por lo que más quieras no me quedé con nada. No, no insinúes que soy un ratero, yo en mi vida lo he hecho. Simón Rojas y todos los de mi familia jamás hemos tenido que robar nada, todo lo que tengo te juro que no alcanza a tener el valor que posee mi palabra. Yo soy de una pieza, macho. Jamás miento, jamás.
Este… sí, mi mamá me dio dinero de más para comer bien en la escuela. ¿Me viste cenando, dónde? Pues qué raro, estuve haciendo la tarea en la casa. ¡Ah, ya sé! Pero ese restaurante es de mi tía. Sí. No estaba cenando, ellos estaban allá con su comida porque es normal, eso venden mis primos, perdón, que diga, mi tía, es que con eso que la maestra nos dejó mucha tarea. ¿Cuál? La de español, ¿no les dejó a ustedes? Para nada, te juro que no. Sí, vamos, para que veas que no soy de eso. Por cierto, me estás ofendiendo.
¿Cuántos te dije ayer? ¿Viste que son ciento quince? ¡Claro que sé en lo que estabas pensando! Para nada, nunca he tenido la necesidad de robar. Y tú gritándolo a los cuatro vientos, hasta el vendedor puso atención a todas las estupideces que estabas diciendo. Creo que solamente por eso me voy a llevar veinte pepitas de las tuyas. Sí, el perdón tiene precio. Está bien, vamos a dividirlo de una vez y nos lo llevamos. ¿Ciento quince entre dos? ¿Cuánto es? ¿No tienes tu calculadora? No, yo no traje la mía. De todas maneras, por ofenderme me llevaré algunas de las tuyas.
Buenas noches, ¿también vende a esta hora? No lo sabía. Pues no, ahora regreso voy acá cerca. ¿Qué aguada? Nada, solamente pasamos por allá y de resto caminamos, nos seguimos de largo unas cuantas cuadras y regresamos. Nada del otro mundo. Sí, claro, me voy a cuidar de la gente mala, como usted dice. Pues esta vez no voy con mi amigo, debe estar en su casa. Así es, que esté bien.
Traje mi bolsa para llevar todo a mi casa, ¿tú también? Vamos, que ya no creo en la bondad de la gente. Sospecho que el vendedor nos sabe algo. Rápido, tengo un feo presentimiento, como si algo malo fuera a pasar. ¿Tú no? Corre, corre. En menos de diez minutos llegamos. Acércame la pala para sacar el cofre. Quítale esa bolsa de plástico que está flotando. ¡Qué es esto! No hay pepitas. ¡No hay pepitas! ¿Te las robaste? ¡Dime la verdad! Viniste anoche, ¿no es así? ¡Estuviste acá anoche! ¡Claro que sí! ¡El vendedor me dijo que estarías por acá! ¡Lo sé porque él me lo dijo! ¿Y qué importa a qué hora me lo dijo? ¡Me lo dijo! ¡Me dijo que vendrías a la aguada! ¡Sal de mi vista o te juro que te mal mato con mis propias manos! ¡Aléjate de mí! ¡Largo! ¡Creí que eras mi amigo! Además de rata eres llorón. ¡Ojalá que te mueras, infeliz!
Daniel
He visto lo que hace Danielito, se escapa de clase con Simón, vive muchas travesuras callejeras en tiempo de clase, nunca estudia para sus exámenes, tampoco presenta las tareas que le piden los profesores, pasa las asignaturas quizá por la compasión de los maestros, pero no porque tenga el coeficiente intelectual que el mundo está esperando para resolver los problemas de la falta de dinero en todos los rincones o para obtener la cura del SIDA. Sí, he visto todo lo que hace Danielito.
Para los ojos del mundo es un chico de flacas aspiraciones, condenado a trabajar en una cervecería, quizá de policía o vendiendo droga en las calles. Si bien le va, estudiará hasta segundo o primero de preparatoria, pero hasta allá le paramos de contar. En su casa el ambiente familiar no le ayuda mucho, de su madre no recibe el cariño que se receta en las películas gringas y en las novelas mexicanas de autoayuda. Según los sacerdotes y los comerciales que veo en las tiendas, los padres deben leer como media hora con los hijos, platicar con ellos, saber de sus vidas. Me cuestiono si alguna vez esos que lo proponen lo han hecho. A lo mejor sería más conveniente que cada quien reconsidere su naturaleza natural y deje que los hijos crezcan a su suerte, solamente así, en la soledad y desprotección, las personas comienzan a valorar lo que realmente es importante en la vida.
Me cae bien Danielito. Es cierto que a veces pasa y nos apedrea, pero eso es algo que todos los niños de esa edad hacen, no es maldad propiamente dicha. El otro día me lanzó una muy grande, casi creí que me iba a dar un sonado trancazo; a Dios gracias no pasó. Me he dado cuenta de que cuando lanza mira hacia otra parte. Eso me hace pensar que no quiere aventar rocas, como tampoco me quiere pegar, y que en realidad vive a la deriva, como estamos todos, sin manuales ni instrucciones que aconsejen sobre lo que deberíamos hacer o con quiénes nos tenemos que relacionar.
En el fondo Daniel es un perro, de eso estoy seguro. No es puntual y constante en las cosas que hace. Al colegio no entra como todos los demás, a las siete y por la reja principal, sino por la barda que tiene un agujero, justo donde nadie observa porque la gente solamente gusta de ver las entradas triunfales que se hacen con mucha pompa y vanidad. Por eso los maestros no han reportado sus llegadas tarde con sus padres. Y es que si lo hacen, que un día de estos llamen y pidan hablar con la mamá, me preguntó qué pasará, si hasta donde he visto la señora se fue con un señor hace poco más de un mes, y del papá ni se diga.
De plano, me cae que es un perro. Daniel no tiene madre, no tiene padre, el hermano se fue de la casa cuando terminó sus estudios de secundaria. Quién quita y este niño siga los pasos del mayor, solamente le faltan como dos años o menos para terminar estos dizque estudios y ya es más libre que el viento de los huracanes. Y cuando eso sea, pues lo que venga, como todos, a la deriva. No entiendo eso de que estudian la primaria y la secundaria, si finalmente hacen lo mismo que los demás, buscar comida, dormir, tener una compañera, sacarle los hijos y volver a empezar, ¿para qué tanto embrollo?
Ahí se va con el niño Rojas, se van a la aguada. Ayer también vi que estaba allá, pero no me les acerqué, ese otro chamaco es medio bravucón, para que vean, ése sí que me da miedo. A veces me pregunto qué pasará cuando mi muchacho tenga un poco más de valor y se le acerque a la niña Laura para hacerle los hijos. Así como lo ven está enamorado. No, mi chico no está loco, lo que le pasa es que vive por una mujer.
Ahí está, viene supuestamente porque se le olvidó un libro, lo acabo de oír. No es cierto, es que tiene que dormir para que despierte cuando ya están puestas las estrellas. La niña Laura sale por las noches de su casa y se acuesta como nosotros, en el suelo, nada de camas ni de sábanas, esa es otra de las mías. Apenas ya está oscuro y no hay mucho ajetreo, sale y se lanza sobre la hierba fresca sin las preocupaciones de las mujeres de que si se le suben los bichos o que le pica algo.
Me parece que el martes la vi tendida sobre la tierra cuando mi muchacho se le acercó a olfatearle la boca, luego la dejó reposar con la lengua de fuera en sus labios resecos por la luz de la Luna. ¡Y si vieran que a ella le gustó! Se quedó quieta mientras él le iba tocando las manos y el cuello y de nueva cuenta le dio un par de lametazos en la cara. Se veía tan natural, que me le quedé viendo como dos horas, ¡hasta se me olvidó venir con ustedes para correr detrás de los carros!
Me parece que por ella se queda en la casa abandonada donde duerme. No sería raro que por una mujer un hombre haga proezas, eso es algo que he visto repetirse a lo largo de mis siete años de vida. Como no tiene quién que le cocine, se va a trabajar a un restaurante como mesero del mediodía. En seguida se le ve salir de la escuela a través del hoyo para correr a la fonda a servir por dos horas hasta que den las tres de la tarde, de allá se va a la casa a dormir para despertar en la noche cuando ella está tendida en su patio con el rocío entre las cejas.
Una comida hace al día, no necesita más. Me imagino que también bebe agua de la toma que está en el parque o de la misma aguada, aunque allá no se los aconsejo, está lleno de verdín y la gente de por acá le lanza su basura. Lo que decía, hay personas muy puercas que no le tienen respeto a la vida y se dicen seres conscientes o racionales o qué se yo, por lo menos nosotros no infectamos lo que tomamos o lo que comemos, eso sería bueno que alguien lo note y se los comunique para que dejen de molestarnos.
Mi niño Daniel está creciendo, se desarrolla cada día que pasa, a cada respiro. Cree que no tiene padres, no es así, me tiene a mí, yo me enteré de los libros que estaba llevando en el colegio y que me cogí unos que vi dentro de un bulto tirado y de uno en uno los fui acercando a su casa para que cuando despertara viera que no tenía pretextos para dejar de ir al colegio, aunque sé que no le servirá de mucho.
Esta noche sé que se irá con la niña Laura para dormir a su lado como ha venido haciendo desde hace un par de semanas. Cuando eso sea, ya lo verán, se le meterá entre los matorrales, mirará que no esté sus padres, de la bolsa trasera de su único pantalón, el que le dio su padre antes de irse de la casa, con una sola mano, tal como hacemos los profesionales, sin dejar un rastro de su presencia, en total silencio, sacará una pepita de oro que le puse en el camino precisamente para que se la ponga a ella.
He visto que los humanos cuando se relacionan con las madres sus hijos les dan algo brillante para que lleven en la mano, y por eso mi hijo le dará una bolita dorada a su amada. Sin que ella lo note, él le dejará el rastro de la inmortalidad, una sola noche y la niña Laura, mi otra hija, esperará en su panza a la futura generación de los Danielitos y las Lauritas que hacen falta en este mundo.
Yo, como padre legítimamente natural de los dos, planeo acercarme para que mientras estén en los jadeos de la conservación de la especie, los bendiga con mis fluidos solares en la punta de los pies, porque sé que son míos, ellos son la siguiente clase de raza que este mundo necesita, y cuando la niña despierte intempestivamente, Danielito la morderá en el cuello para que comprenda que la vida debe continuar y nadie posee la suficiente calidad moral para impedirlo.
¿Quién le puede decir al Sol que deje de salir? ¿Quién le puede prohibir a los recién nacidos que lloren?¿A quién se le ocurrió que la naturaleza necesita patrones y que puede ser controlada como lo hacen los maestros en el colegio o los gobernantes con sus súbditos? Hay cosas que no se pueden regular, y por eso mismo mi hija Laura me dará a los siguientes hombres, nuevos seres amantes de la conservación de la vida, y mi hijo Daniel se irá de su lado apenas haya consumado el acto más sagrado por el cual los perros nos sentimos agradecidos de conmemorar cada ciclo en la vía pública, para que nadie, sin falso pudores ni tapujos, diga que los perros no le entregamos un respiro de esperanza a mundo.
Mi Daniel se irá, yo lo sé, mi corazón me lo dice cada que le veo. Y como su hermano, no volverá a estudiar, agarrará las ropas de las tiendas, tomará las comidas de los restaurantes, dejará más hijos en su paso y mi hija se quedará en casa dándole la buena crianza que nos dieron a nosotros, un poco de pecho y a la buena misericordia de Dios.
Alberto
¿Está por acá? No ya se fue, cuando termina con los de la Josefa Ortiz de Domínguez viene a la Miguel Alemán Valdés. ¡Ah, no lo sabía! Sí, hace eso todos los días. Los de la primaria salen muy temprano, a eso de las doce, máximo doce y media ya está fuera, igual las maestras, ni creas que se quedan todo el tiempo, y cuanto termina viene a la secundaria para rematar lo que no vendió en las primeras horas del día. ¿Le compraste algo? Sí, mira, hoy trajo unos esquimos con chile. Se ve rico. ¡Está rico!
Todos los niños lo conocen como don Alberto pese a que nadie sabe cómo es que su nombre es de dominio público desde hace dos generaciones atrás. Las mañanas se queda afuera de la reja de la primaria estatal esperando que salgan los niños al descanso para venderles lo que la noche anterior estuvo preparando. Generalmente les hace bolis de fruta tropical, uno que otro combo de vegetales y frutas con chile, limón y sal. A veces trae las frituras con crema de vaca y chile líquido, de esos que llaman chamoy, y pensando en la dieta de las maestras, más bien en las pocas que creen en cuidar su figura cilíndrica, les trae empanadas o tortas de cochinita. Para las que de plano se le sinceran como un “usted tráigame lo que quiera”, las deslumbra con frituras y botanas que en un mordisco superan las dos mil calorías.
Cuando termina la venta en la escuela elemental, entonces se va a la secundaria que está a espaldas de la Ortiz de Domínguez. Allá los maestros son más estrictos con los jóvenes, les impiden que les compren la comida que desde fuera les andan ofreciendo. Dicen las malas lenguas que a don Alberto le disgustó tanto que no le permitieran rematar su mercancía matutina, que cuando cayó la noche fue con un aparato de esos que usan los herreros, y cortó parte del alambrado que funcionaba como valla, cercando a los alumnos del mundo exterior como si fueran ovejas.
Uno que otro rebelde se escapaba por el hueco que se le atribuyó a uno de los salones del plantel. La directora pensó que los autores de la fechoría eran los del jota por ser el grupo de los más revoltosos, en parte porque llevan tres generaciones en primero de secundaria y no los pueden correr porque sus padres se van a quejar con las autoridades de rango superior al de la capataz de la Miguel Alemán. Segundo, porque de nada o poco servía que los tengan acuartelados en las priones de matemáticas, historia, español, inglés más los talleres, si jamás prestaban atención a las enseñanzas de los docentes.
Total que el hueco sirvió para que todos se beneficien, menos los de la cooperativa. Los alumnos de la enseñanza media salían por el hueco a comprarle los churritos con media crema y chile, otros pedían que uno saliera para ir traspasando la mercancía de contrabando, sin que la mirada de los agentes de seguridad escolar supieran lo que se tramaban los muchachos.
Cuando la venta era muy buena, don Alberto remataba lo que le quedaba del tinglado ambulante dejándoselo a los perros que rondaban los colegios por los botes de basura con comida y porque algunos de esos habían sido adoptados por los niños que desde el enrejado lanzaban lo que no les gustaba de los sándwiches que les preparaban con mucho amor y dedicación en el hogar.
Como testigo silente, don Alberto veía a quiénes los llevaba a colegio de gobierno porque en casa no tenían mucho dinero, si no es que nada; y a quiénes los dejaban para ahorrar durante el tiempo que durara la enseñanza básica o media. En esos casos los alumnos eran llevado en autos de mediano valor en el mercado, no así cuando los estudiantes salían de cuna pobre, pues a esos niños los llevaban agarrados de la mano caminando somnolientos bajo el recién desperezado Sol y así los devolvían a la hora de la comida.
También veía el Don, como le decían algunos, a los que se iban caminando sin rumbo fijo, teniendo como compañeros de la calle la experiencia de los fieles canes que de vez en cuando los solían seguir para cuidarlos en los casos que fueran necesarios, en especial cuando no tenían padres o madres en casa. “Como que lo huelen”, dijo el vendedor ambulante  una de las pocas veces que habló.
Después de estar trabajando en los colegios durante tanto tiempo, su nombre y prestigio era ya muy reconocido por los padres de familia que regresaban a los planteles donde años atrás eran alumnos. Hombres jóvenes que por varias razones de la vida, no pudieron completar los estudios y se tuvieron que dedicar a engendrar la futura fuerza laboral de primera mano del futuro.
Esos eran los niños con los que platicaba, los demás eran caras conocidas, pero no amigos hasta que el ciclo volviera a cumplirse: que se casaran y volvieran al plantel escolar para darles la misma educación que recibieron a sus vástagos. Fue por eso que se fijó en un niño llamado Simón Rojas, cuyo padre había sido alumno de la Ortiz de Domínguez y de la Alemán.
Simón y su hermanita estudiaban juntos en escuelas separadas. Mariana estaba en la primaria, en tercer grado, y Simón en la secundaria. Con el que tenía más plática era con el varón porque a la pequeña la iba a buscar su madre, y a la señora casi no la conocía tan bien como al padre, con quien en algunas ocasiones coincidía en el turno de la noche cuando estaba de retirada para seguir haciendo más dulces en casa.
Simón era como su padre, un niño travieso que se escapaba del colegio para ir en busca de aventuras. Al niño siempre lo acompañaba un jovencito morenito que tenía muy poca conversación, era como la amiga de la hermanita en el colegio, otra niña que de seguro aspiraba a ser terapeuta o psicóloga porque nunca se expresaba, solamente dejaba que la otra persona se explayara en lo que tuviera que decir.
Simón estuvo muy misterioso un día. Jamás regresaba al colegio cuando caía la tarde, pero lo hizo. Temiendo que pudiera andar en malos pasos, le siguió con todo y su carrito hasta la aguada que estaba cerca del colegio. La hondonada natural era conocida por tener un pequeño cenote en el interior. Era un secreto que solamente compartían los vecinos de la colonia porque no querían que el gobierno la convirtiera en parque, pues eso alteraría la imagen urbana. Para evitar la intromisión de las autoridades, los colonos tiraban basura a fin de que, en un futuro cercano, pudieran tapar el hueco y construir más casas en la superficie.
Con el cochecito de tracción humana fuera de la vista del público, don Alberto bajó unos diez pasos hasta quedar detrás de Simón, quien no le vio por estar absorto contemplando unas pepitas de oro que había descubierto de seguro esa misma mañana. El niño las agarraba una a una y las iba metiendo dentro de una bolsa de plástico que traía consigo en la mochila escolar que desde la mañana no era descargada de libros y libretas. Oculto en la sombra, don Alberto se acercó a donde estaba el motín.
Dicen que la ocasión hace al ladrón, en el caso de don Alberto puede decirse que eso fue precisamente lo que pasó. Siempre había tenido una imagen intachable, hasta las maestras del colegio en más de una vez le propusieron que esté al frente de la tiendita de la escuela primaria pero él no quiso nunca, creía que eso le impediría satisfacer las necesidades de los alumnos de la secundaria por los que alteró el orden cívico al destruir su infraestructura.
Sin embargo, las pepitas eran muchas a pesar de que Simón mermó una considerable cantidad de ellas al llevarse como unas cincuenta. El carrito con las últimas dos tortas de jamón y queso no estaba lejos. Acercó un buen tramo su cochecito y con las piernas temblando por el esfuerzo, puso el puñado de pepitas de oro debajo de los bolis de mango. En la parte superior, debajo del tinglado, colocó unas veinte que caían como si fueran esferas de tela. Siguió recortando su playera de algodón que tenía al frente la leyenda de una campaña política, y entre pedazos fue metiendo más valiosas bolitas que eran cerradas hasta hacer bolsas con la tela.
Cuando salió de la boca del cenote al mundo exterior ya era de noche. Los carros iluminaban su rostro que manejaba a contrasentido en las vías del tránsito.  La luz roja dictó que todos se quedaran quietos, pero uno desobedeció llevándose por los aires la venta del día con todo su dinero y el tesoro encontrado.
Chancleta
¿Otra vez tú? Ándale, vete, ya te dije que no tengo nada para darte, siempre que vienes te zurras en mi zacate. ¡Cochino! ¡Pero vete, que te vayas te digo! ¿No entiendes? Solamente me traes tu suciedad y tu aspecto repulsivo de callejero. No sé qué haces por estas calles, tú deberías estar muerto. ¡No vayas a entrar! Niños, tráiganme la escoba o la chancleta, ya volvió este desgraciado animal.
¡Chancleta! Ven, Chancleta, te quiero mucho. Toma, te traje unas galletitas pero no le digas a mi mamá o a mi papá o a mi hermano, se supone que no te debo estar dando de comer. Agarra, es para ti, son unas galletas con relleno de chocolate que nos dio mi papá para que desayunemos con un vaso de leche. En la mañana, a eso de las diez, anda al colegio y te doy más por la reja. ¡Te quiero mucho, Chancleta!
¡Hey, tú! Atrapa esta piedra, maldito perro. ¡Mamá, se está yendo la Chancleta! No te preocupes, le estoy lanzando piedras para que no vuelva ese estúpido animal. Solamente porque no está mi papá, no te matamos con el carro. ¿Me oíste? ¡Vas a morir! ¡Mi papá te va a atropellar con el coche! ¡Ven acá perro, no acabo contigo!
¡Hola! ¿Me vas a acompañar? Me pareció verte anoche en la casa, creo que duermes conmigo y después te vas. No te preocupes, yo nunca te haría daño. ¿Sabes? Mi mamá cumple años mañana, creo que como treinta y cinco o treinta y ocho, lo vi en unos documentos que dejó en la casa antes de irse con su novio. De papá no sé nada, desde que mamá nos dejó vive en la cantina del centro y no tengo dinero para irlo a buscar. Sé que mi hermano se fue de la casa para vivir con papá en el bar, pero no creo que haya dicho la verdad. Los extraño mucho.
Me da gusto que vengas a la casa para estar conmigo, aunque después te vayas. Te propongo algo, de ahora en adelante serás mi huésped principal y verás que pronto me convertiré en un hombre para seguir los pasos de mis padres y de mi hermano. En la clase la maestra nos dijo que los animales embarazan a sus hembras y luego las dejan para que tengan a los hijos. Creo que haré eso, ya estoy en edad de procrear y eso haré. Dejaré unos hijos y me iré a trabajar al bar del centro de la ciudad donde también serás siempre bien recibido.
Acércate perrito, te traje unas bolsas de papas fritas que hizo anoche mi mamá durante la cena. Papá no las comió porque estaba muy cansado, dice que le costó mucho trabajo conciliar el sueño la otra noche en que vio al papá de mi amiga vendiendo talco en las esquinas, que eso le perturbó y no pudo dormir, y que por eso no trabajó bien en la oficina y que estaba muy cansado y eso. ¿Te gustan? Ya no tengo más.
¡Pero mira quién está acá! ¿Cómo está mi amigo favorito? ¿Qué me cuentas? ¿Ya te alimentaron los niños? Espera un poco, deja que venda un poco más y cuando nadie nos vea, te lanzo una torta de jamón y queso que hice antenoche y está a punto de echarse a perder. ¡No, amigo, no me veas así! Te juro que está deliciosa, yo mismo la hice. Verás, la crisis no me permite comprar los ingredientes frescos como hacía hace años. Todo está muy caro, con cincuenta apenas consigo pagar la salsa de tomate, medio kilo de jamón y un poco de queso. ¡Y le paras de contar! La verdad no sé a dónde vamos a parar. Cada día todo está más caro, menos apoyos de gobierno que porque no me muero de hambre, ¡pues al paso en el que vamos creo que sí! ¡Que no tenga casa de techo de lámina o aún no haya llegado a los setenta años no significa que no esté jodido! ¿Pero dime, qué vas a saber tú si eres un pobre perro callejero? Te lo ganaste, toma.
¿Otra vez por acá, maldito perro? Toma, cabrón. Anda, vente, acá traigo más piedras. ¡Daniel, tráeme el palo que está en la cancha! Le voy a enseñar a este animal quién es el amo. ¿Perrito, dónde estás, quiero verte? –dice con voz cantada- ya te vi, toma pendejo, más piedras para el perro callejero. ¿Lo viste, lo viste? Le sangré un ojo. Dale, lanza tú, quiero ver cómo le sangra el otro. ¡Bah, no sabes lanzar!
Perdóname, no sabía lo que hacía, sabes que yo nunca te haría daño, te quiero mucho. Es increíble que nadie me entiende, salvo tú. Hoy me fui con mi amigo Simón a la hondonada que está cerca de la carretera, parece que descubrimos unas piedras de oro, pero no creo que tengan mucho valor, no tienen brillantes ni tampoco me interesan mucho. He estado pensando en Laura, mi vecina. Tiene apenas ocho años pero me gusta mucho. En la clase de biología le quité al maestro un condón que le sirvió para enseñarnos a tener sexo con un plátano. Yo quiero hacerlo pronto con Laura, me encanta esa niña. A veces me salgo de la casa para dormir a su lado en el patio. No sé por qué no duerme en su cuarto y en su lugar se acuesta en el césped, pero no me importa, me hace un favor. ¿Te vas?
Lindo perrito, ¿me vas a acompañar mientras voy al parque? Me da gusto, no me gusta estar sola y al menos tú me acompañas. Toma, tengo una galleta para ti. Hoy estoy triste, me dijo mi amiga Mariana que se irá y ves que la fueron a buscar unos señores vestidos de negro que la estaban esperando afuera del colegio. Lo bueno es que siempre te tendré a ti para que me cuides de la gente mala que quiera hacerme daño. Cuando sea grande y algún día me case con un extraterrestre, te prometo que me iré contigo y te presentaré como mi hermano. Así diré, escucha: la astrofísica, astronauta, de los astros de la astronomía, la señora Laura del señor de Júpiter, con su hermano el señor perruno. Y eso pasará esta noche porque mi novio el extraterrestre me dijo que se casará conmigo y que tendremos muchos hijitos. ¡Hoy me voy a casar con un alienígena!
Vamos, que no das tregua, apenas regreso a la casa para recoger unas cosas y me vuelves a salir con que te quieres cagar en mis flores. A ver si el próximo dueño te va a consentir tus mañas, porque esos vicios, papacito, no son aceptables ni acá ni en China, así que acostúmbrate a que en todos los jardines te saquen con palos y ollas las señoras de las casas. No me veas así, siento que me estás juzgando y no tienes ningún derecho para decirme cómo debo educar a mis hijos. He pasado por muchas experiencias muy malas, y la verdad, siento que estoy haciendo lo correcto. Vete, por favor. ¡Vete!
Llegaste a tiempo, mírala, acaba de salir de su casa para dormir en el suelo con tierra. ¿No es preciosa? ¿Ves esto? Es el condón del colegio, le hice un agujero en medio para que pueda embarazarla sin contagiarme de enfermedades, chance y tiene SIDA y me lo pega o alguna otra rara enfermedad, con eso de que está medio loca. ¿Ya te vas? No, amigo, no me hagas eso, te necesito.
Menos mal que una cara familiar me viene a despedir. Lo que está allá regado era para mi familia, unas cuantas pepitas de oro, el dinero que junté de las ventas en los colegios durante la mañana y la noche, mi triciclo que durante siete años fui pagando cada semana con veinte pesos hasta que hace poco lo liquidé. Nada, nada de eso me llevo conmigo. Amigo, ha sido un placer conocerte, lástima que no le puedas decir a mi mujer que me apena nunca haberle dado la seguridad que me pidió. Jamás tuve un seguro social, tampoco pude pagar la casa que nos hizo falta cuando nuestros niños eran pequeños. Y ya que lo menciono, me debo disculpar con mi cuñado, él siempre veló por nosotros al darnos un cuarto para vivir estos cincuenta años de casado. Ni hablar, eso es pasado. Cuídate amigo, de verdad, no vaya a ser que uno de estos locos también te arrolle.
Así que eres el famoso Chancletas. Mi esposa te odia porque le destruyes el jardín, mi hija te ama porque te comes la comida que a ella no le gusta y que con mucho sacrificio debo pagar, y mi varón ya me pidió cien mil veces que te mate con mi auto. ¿Pues qué efecto tienes en la gente que todos irremediablemente acaban teniendo que ver contigo? Esta mañana te vi caminando con el niño abandonado, en la tarde vi que estabas en el parque con la amiga de mi hija, y ahora que desafortunadamente atropello a este hombre me sales al encuentro como único testigo de la catástrofe.
Te diré qué es lo que haremos. Te dejaré comer todos los dulces que están en el triciclo mientras yo recojo el dinero y las pepitas de oro que este buen hombre traía. Además me verás meterlo a la aguada, ponerle una botella de cerveza a su lado, para que la gente crea que se murió de borracho. Y cuando estemos en el agua, presenciarás que le quite las huellas de mis manos. Uno nunca sabe lo que pueda ocurrir. ¿Dirás algo a la policía? ¿No? ¿Lo prometes? Ese es mi muchacho.
Mamá
Me dijo que se quería casar de blanco, que nada ni nadie en este mundo le haría cambiar de parecer. Le dije que prefería terminar mi carrera de contaduría para darle una buena calidad de vida y así poder formar un hogar con más soltura económica, sin las preocupaciones regulares de la vida de matrimonio, pero no, no fue así.
Me dijo que estaba embarazada y que pronto nacería nuestro primer hijo. Recuerdo que en la casa todos lo festejaron aunque todavía no estábamos casados. La costumbre eso dictaminaba, primero los hijos, luego la boda y en seguida venía la crianza de los niños. Así fue, por más que luché por escapar del destino familiar, no pude conseguir tener mi título y abandoné el colegio estando en cuarto semestre.
La boda fue muy simple, como no teníamos dinero y el niño estaba a punto de nacer, mi marido le pidió prestado a la prima de un hermano de mi cuñado. Fue en el atrio de la iglesia donde celebramos nuestra unión ante Dios y ante la sociedad, pues mi papá consiguió que el del juzgado, un amigo de su jefe, fuera a oficiar lo que llaman el contrato nupcial. Ese día tuvimos las dos bodas juntas, la civil y la religiosa. A veces le digo de broma que nos faltó hacer también el bautizo.
Fue una locura cuando nació nuestro hijo Simón. En ese tiempo yo no tenía seguro social y a duras penas pagaba la consulta en los hospitales particulares. Ese día desperté y la vi con mucha agua debajo de las piernas. “Ya va a nacer”, me dijo, y que le hablo a mi papá y le pido que me traiga la camioneta para irnos al hospital.
Pero resulta que mi suegro no tenía la camioneta para prestarnos, mi cuñada la usó para sus ventas de tamales, ahora tiene un negocio, pero en ese tiempo repartía comidas a las oficinas de gobierno. Entonces, como te decía, mi suegro vino en camión con una partera para que me sacara al niño.
Fue muy bonito porque parecía que estábamos en los tiempos de la conquista. Llega mi papá con una señora que, sin conocerme ni nada, me ordena calentar tres ollas con agua. Y ni modo, a calentarlo. Se veía que la tipa ya lo había hecho en su pueblo, ya después de que nació nuestro hijo mi mamá me comentó que era la abuelita de una vecina suya.
Sí, pero qué susto, ¿te acuerdas? Yo recuerdo que tenía un dolor muy fuerte en el vientre y que no podía dilatar más. La señora me fue introduciendo unos dedos y me decía a cada rato “ya mero, ya mero”, pero no hallaba mi esquina. De repente la veo que entra al cuarto con unas hierbas y una taza de agua caliente y me dice: mastica y traga. Lo hice y como te lo cuento, así de rápido, en menos de dos minutos comencé a dilatar y salió Simón. Ya cuando me embaracé de la niña, a Dios gracias, él ya había conseguido trabajo en una fábrica de muebles que le dieron carro, prestaciones y buen sueldo, solamente que lo mandaban a promocionar el producto al interior del estado y a otras partes de la república.
Es muy feo dejar a tu familia cuando estás empezando. Yo era muy chavo, quería quedarme con ella y ver a mis hijos crecer, pero ni modo, a chambear. La vida es muy dura, el que no sale adelante lo aplastan. Total que estuve en ese negocio como unos, ¿qué será, ocho o nueve años?, bastante tiempo. Desgraciadamente con eso de la crisis la fábrica cerró y nos tuvieron que despedir a todos sin darnos liquidación porque se fue a bancarrota.
Le dijeron que como no le podían dar el dinero de su liquidación por el tiempo que estuvo trabajando, que se quedara con el coche. Al menos fue una cosa por otra. Y bueno, como dicen en misa, “Dios cuando cierra una puerta, abre una ventana”. Llegó a la casa y me salió con eso de que unos amigos del nuevo trabajo le ofrecieron estar en el mundo del espectáculo y acá estamos.
Sí, pues en esas idas y venidas que uno tiene buscando trabajo, resultó que uno de los amigos con los que estaba platicando, un tipo genial, gran hermano, lo conozco desde hace poco tiempo aunque si me preguntan sobre su vida te puedo contar su obra, vida y milagros. Pues me dijo que estaban haciendo casting para darle el papel infantil a una niña extrovertida y bonita. Y no porque sea mi hija, pero mi Marianita cumple con lo que estaban pidiendo.
Así es, Mariana siempre nos dijo que quería ser actriz y cuando la trajimos estaba alucinada porque fueron por ella los hombres de la escolta del elenco infantil. Cuando llegó a la casa le preguntamos los dos si de verdad eso quería y nos dijo que estaba muy emocionada, se puso a llorar, abrazó a su papá, luego vino y me dijo “mamá, mami, gracias, de verdad”. Fue muy emotivo.
Para nosotros ha sido un placer que nos hayan invitado, siempre, en serio, siempre son bienvenidos en la casa. Es más, les adelanto que mi hijo Simón, de trece años, está preparando un sencillo para lanzar en la radio a mediados de noviembre. Él está muy interesado en hacer canciones de rap y hip hop, como las que hacen en Estados Unidos. Es más, si todo sale bien en diciembre, para Navidad, les mostraremos su show infantil y juvenil a los chicos de Ensenada, Tijuana, Monterrey, Culiacán…
Y en la ciudad de México también se va a presentar en una plaza de mucho prestigio cuyo nombre no puedo decir. Como le dijo mi esposo, es un honor que esta televisora nos haya abierto sus puertas para mostrarle al mundo el gran talento que tiene nuestra hija, aunque está chiquita, es una niña con mucha inteligencia y colmillo. Gracias por invitarnos.
El marido se despidió de la reportera y del camarógrafo no sin antes dejarles que se lleven el álbum familiar para que les saquen muestras para presentar a nivel nacional en los canales donde se estaba presentando su hija Mariana como el nuevo rostro del horario estelar de las telenovelas.
En cierta forma se sentía culpable por haberle llenado la cabeza de fantasías e ilusiones a su pequeña hija, pero el daño estaba hecho. Su marido firmó un contrato por diez años para la menor y de cinco para el varón en los que se estipulaba que le cedían la patria potestad al representante artístico que se llevaría a los chicos de gira por todos los lugares que mencionaron frente a las cámaras.
Era una gran ironía todo eso. Casarse para tener una familia, tenerla y no poder darle el sustento diario. Obligar al marido a salirse de la casa para viajar casi todos los días porque de otra forma no podrían vivir y pagar los gastos corrientes. Aceptar que el esposo esté en empleos peligrosos que lo podrían meter a la cárcel para que esté en casa más tiempo y tengan un estilo de vida desahogado. Ahora regalar a los hijos que durante más de diez años han crecido con tantos problemas y, lo paradójico, ya no preocuparse más por el dinero que vendrá cada quincena.
En un ataque de locura regresó a su antigua casa de la que salió contentan gritando a los cuatro vientos que jamás volvería a esa pocilga. En la puerta estaba el perro callejero que siempre le molestaba, ahora su presencia fue de lo más reconfortante, al menos algo estaba bien y en su lugar, ya que dentro no habían razones para seguir pensando en la posibilidad de volver el tiempo atrás.
Quizá unos días antes de hoy para ver a su hija dibujar los vestidos que le pondrán en las telenovelas. Quizá unas horas antes para escuchar la discusión de su hijo mayor con el perro que está siempre acribillando rosas con sus garras. A lo mejor unos minutos antes de la conferencia de prensa o de la entrevista. Todo sería bueno siempre que le impida estampar su firma en el vil contrato que solamente pudo haber realizado una persona sin corazón ni sentimientos.
Esa tarde volvió a lo habitual. En la tele de la farmacia estaban proyectando la telenovela donde la niña de sus ojos prestaba su cuerpo para interpretar a una riquilla malcriada. Nunca había visto la belleza de su hija en la pantalla chica, ese día lo hizo. Tampoco nunca había bebido una caguama dentro de una tienda de medicamentos, ese día lo hizo. Y sin que las cámaras de registro digital la vieran, sacó un frasco de somníferos que nunca había tomado con alcohol…
Papá
Lo despidieron del trabajo por nada. La versión oficial dice que la fábrica de muebles donde estaba como vendedor y promotor de zona cerró sus puertas y todo el personal fue despedido de inmediato. Mientras que la versión no autorizada cuenta que cuando la jefa le insinuó tener relaciones con ella, él la rechazó porque no está bien, su religión se lo prohíbe. Mamá es católica, él era “hermano” y para ellos no está bien ser infiel cuando se hizo un juramento ante Dios.
Pero la vida se obstina con la gente de buen corazón, se afana como cuando los perros encuentran un hueso y no lo quieren soltar. Lo que más desdeña uno es lo que se le achoca. Cuando se quieren hacer las cosas bien, algo pasa que le demuestra siempre a la persona lo equivocado que estaba. La joven que huye de los noviazgos porque quiere ser profesionista, o se queda sola y con el título colgado o nunca se casa y acaba de meretriz de los compañeros laborales. El empleado justo que hace las cosas conforme le dicta su conciencia, es despedido porque representa un obstáculo en la ambición de los compañeros que, corroídos por la ambición, aspiran a tomarlo todo sin dejar rastro. La esposa fiel que se reserva para su marido acaba con una mala enfermedad porque al señor se le ocurrió irse con las suripantas del momento un viernes por la noche. La joven que se mantiene virgen para el matrimonio es violada por un seductor que le ofrece matrimonio para jamás cumplirle. Y en todos queda el eco de la desesperación y todos claman justicia.
Papá hizo lo correcto en su momento, conservó su matrimonio, aunque eventualmente destruyó a su familia. La compañía maderera fue comprada por unos inversionistas extranjeros que dejaron en manos de una licenciada en derecho las riendas del negocio. La mujer llegó ataviada de joyas, mucho oro en ambos brazos, como si fuera princesa asiática. Los ojos tenían un fino delineador negro que enmarcaba su mirada sepia. En los labios usaba un brillo labial para contrastar con la profundidad de la vista. A su paso todo era escándalo por los tacones de aguja que alertaban de su andar por los pasillos. Y ni con eso papá pudo darse por enterado de lo que sucedería.
En la casa nos contó que no iba a volver a trabajar porque cerraron la industria de muebles de madera tropical. Siendo sincera, nadie en casa se entristeció, lo extrañábamos mucho y siempre le dijimos que era nuestro héroe a pesar de no tener empleo. Recuerdo que le dije que siempre sería mi papito más querido, y me dio un beso diciendo “tú también, mi amor, siempre serás mi princesa más querida”.
En ese tiempo yo veía muchas caricaturas y telenovelas con mamá mientras ella estaba con la tele encendida haciendo la comida, lavando los trastes, planchando la ropa o sacando al perro del jardín. Cuando veía un personaje que me gustaba le decía que de grande sería como esa actriz. Ella alentó mis inquietudes, pero no papá, para él las actrices eran unas prostitutas profesionales porque ninguna tenía marido y aunque lo tuvieran les pagaban para besarse con otros, “ningún hombre aceptaría que un tercero esté manoseando a su mujer”, decía, y luego avanzaba en su rosario de contras dirigidos hacia los actores que no podían defenderse de sus alegatos.
En algunas ocasiones mamá y papá peleaban porque ya no podían cubrir los gastos del agua, de la luz, de la comida. Fue en ese tiempo que mamá sacó a papá a la calle a trabajar. Anteriormente lo había hecho, me dicen, cuando salió embarazada de mi hermano Simón, quien ahora tiene treinta años y anda en los mismos pasos que recorrió mi padre y con una mujer similar a mamá, al menos en el carácter.
Papá no tenía empleo. En todos lados le pedían un título profesional, no un certificado de bachillerato. Llegó a ocupar puestos de capitán de meseros, jefe de seguridad de una plaza comercial, asistente de vigilancia, pero ninguno de esos trabajos le hacía sentirse bien. Decía que en dos años terminaría la carrera de contaduría y que con un título podría sacarnos adelante. Mamá no quiso que vuelva a estudiar, seguramente porque si lo hacía ella asumiría el rol del proveedor de la casa.
Un señor le dijo a papá que vendiera con ellos en las noches, que era un negocio muy lucrativo, sólo que tendría que estar siempre ocultándose de la policía porque era muy riesgoso que los vieran por las calles vendiendo el material. En ese tiempo él y mi mamá hablaban en clave para que no lo comprendiéramos mi hermano y yo. En su momento nos dijeron que papá vendía talco especial. Jamás se me ocurrió preguntar qué clase de talco era hasta que lo fui comprendiendo al paso de los años.
Había veces en las que le decían a mi papá que probara la mercancía antes de venderla porque nadie quiere tener un producto malo y que una mala propaganda comercial implicaba la destrucción del negocio. Papá olía esos talcos que en las noches le dejaban en la puerta trasera dentro de una caja que decía jabón en polvo.
Me daba miedo, mucho, sus ojos no eran los mismos y todo él estaba muy alterado. Si bien es cierto que mamá al principio le dijo que vendiera con los hombres de negro, después se arrepintió y le decía que lo dejara, que ya verían cómo y de qué manera pero pronto saldrían adelante. En una de esas veces papá escuchó a mamá, creo que fue justo después de que nos quiso matar con una sierra eléctrica. No era que quisiera hacerlo en realidad, es que eran esos polvos los que le mostraban fantasmas cada vez que inhalaba por más de tres horas seguidas.
Papá les dijo a los hombres de negro que se retiraría del negocio, pero ellos le mostraron una reluciente pistola. El mensaje era claro y entendible, si se salía del negocio correría el riesgo de acabar con balas dentro del pecho, con una cabeza colgando en las calles como cuando mataban a la nobleza en la Revolución, o sabrá Dios. Se lo contó a mamá muy quedamente, pero mi hermano y yo lo escuchamos. Abrazados dormimos esa noche en la cama, haciendo oración como nos mostraban los hermanos del templo y los que iban a ver la misa. Al día siguiente mi hermano Simón empezó a ser como los hombres de negro, quería matar perros y torturar a niñas.
Uno de los de negro le ofreció a papá venderle a los mejores clientes para que revalorara si valía la pena salirse del lucrativo negocio. Papá aceptó no porque quisiera sino porque en cierta forma estaba obligado a hacerlo, con esos hombres el que no es amigo se encuentra simpatizando en filas enemigas, y los mismos enemigos se lamentaban no haberles hecho caso cuando estaban vivos.
Los nuevos clientes de papá eran personas muy reconocidas. Hijos de políticos de mucho renombre, mujeres de la vida galante, actores y actrices de teatro y cine, intelectuales de izquierda, estudiantes universitarios de postgrado, productores de los medios de comunicación, diseñadores gráficos, de modas…
También la mercancía que mi papá les vendía era muy selecta. Nunca les daba las mezclas de laboratorio, solamente la marihuana original, algunas plantas opiáceas para que en casa las pudieran plantar sin tener que andar comprando cada semana el vicio de la enajenación mental. En la cajuela del carro tenía su colección de pastillas que envolvía como si fueran mentas para el mal aliento. Tenía de todo, de todos los colores, olores y sabores, hechos en México, en Colombia y en otras partes del mundo.
Pronto comenzó a volverse popular dentro de las altas esferas que, por la calidad de su mercancía, hablaban con los políticos más renombrados para decirles que era un buen amigo, que lo cuidaran, ayudando a mantenerlo fuera del radar de la policía. Una que otra vez los vecinos lo señalaban como narcomenudista, pero eso fue por pura envidia, no porque hayan querido limpiar las calles del narcotráfico.
Desde que estaba en el comercio de la droga teníamos dinero para ir al cine cada quince días. Mamá ya no estaba histérica por no saber cómo vamos a dormir al día siguiente, si con comida o con ropa. Eso era cosa del pasado, y para asegurar el futuro de la casa, papá le dijo a uno de los productores que yo quería ser actriz. El hombre le dijo que sí siempre que sirviera sus cocteles de diversión en las fiestas que hacían con los ejecutivos en los hoteles a donde también llevaba a las mujeres de los clubes nocturnos para amenizar la noche.
Así fue como primero yo entré como actriz infantil en una novela para adultos. Luego mi hermano lanzó un disco con escaso éxito, le siguió como ocho años más hasta que ahora está en el mismo negocio familiar, a ver si no lo matan o lo meten a la cárcel como le pasa a mucha gente, incluyendo a mi propio papá que cayó por una redada y lo metieron al tambo por otro delito que dicen que cometió.
En el set de filmación yo siempre lo veía entregando las bolsas con producto. En raras ocasiones me pedía que le diera mi opinión, después de cinco años en el medio, aunque seas menor de edad, aprendes pronto las mañas de los actores, y las drogas eran parte del gremio. Puede decirse que no es artista quien no fuma mota, por eso fumé todo lo que me daba mi papá, hasta me lo inyectaba para mostrar que sí funcionaba y que era muy buena. Tengo la impresión que dejé de ser una niña pura cuando a los catorce años y con senos incipientes amanecí en una cama de hotel con varias jeringas a mi lado y las sábanas manchadas de granada. En ese caso sospecho que le debo algo a mi padre.
Pero curiosamente, pese a que hizo que mi madre se suicidara de desesperación al ver que estábamos todos destruidos, mi padre no será procesado por los daños morales y psicológicos que nos causó. A ustedes no les importa que por las noches se pusiera romántico con mamá y luego le inyectara droga porque inconsciente es más rico. No les interesa que el destino de mi hermano esté condenado por el pasado de mi padre. Tampoco le hacen justicia a una pobre niña que fue usada por su belleza y juventud para probar letales drogas de recién experimentación y que por eso tuviera que abortar un niño en sus quince años. No, eso no les importa, les interesa que esté en la cárcel porque un pobre vendedor murió atropellado hace 27 años y dejó escrito su nombre con sangre en la caverna de un cenote. ¡Eso sí les importa! Les interesa un infeliz que nadie daría un peso por él, y yo les pregunto, con relación a mi madre, mi hermano y yo, ¿dónde está la justicia?


Erika López Rodríguez.
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